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Blog / Capital de tercer orden

La Feria del Libro y el wu wei

Por Eduardo Laporte

Las ventas acompañan en un evento que parece funcionar sobre la fórmula de siempre: casetas y libros (y algunas actividades)

libros
Algunos de los ejemplares de la pasada Feria del Libro de Madrid.

El periodismo habla de datos y con eso concluye si algo funciona o algo no. En esta edición, y van setenta y seis, la Feria del Libro de Madrid ha registrado un aumento del 8% respecto a las del año pasado. Y la cifra ya era progresiva en las ediciones anteriores. O sea que bien, «cifras muy positivas», dicen los organizadores, «repunte cultural», aunque por lo leído parece que los youtubers y sublibros tipo Cómo sobrevivir a un apocalipsis zombi con Exp Caseros han sido los que más han hecho temblar las cajas.

Mientras los escritores y los periodistas llevan años instalados en su particular crisis, que si cambios de modelo, de paradigma, el libro digital, las redacciones sin redactores, la piratería y los gustos cambiantes e impredecibles, la Feria de Madrid resiste a todo esto sin despeinarse, haciendo bueno aquello de que quien sobrevive no es el más fuerte sino quien mejor se adapta.

Lo que no significa que no cambie, pero lo hace de un modo zen, imperceptible pero constante, como crece un árbol, logrando sus metas sin aparente esfuerzo, que es algo a lo que aspiro yo, por cierto, ya que estamos, y que en el mundo orientalista/taoísta conocen como wu wei. Remite más a la «no acción», lo que no significa exactamente no hacer nada, sino no forzar. El mundo sería un lugar maravilloso si aplicáramos más el wu wei y tirásemos menos de golpes de Estado, por ejemplo.

En cualquier caso, el último fin de semana de Feria, que es cuando me pasé, no cabía un alfiler. Y eso que hacía un calorazo como de Sanfermines preguerracivil, tanto como para no aguantar la pequeña fila que había para que Ray Loriga me firmara su Rendición, flamante premio Alfaguara que a mí, prejuicio al canto, y también porque sus dos obras anteriores me pareciero flojas, intuyo que no me gustaría.

¿Y qué hacía yo en esa fila? Pues comprar un regalo que al final no compré, porque el tío pelaba la hebra con tanta laxitud, que si foto con el bebé, que si eres del Atleti o más de Zidane y sus copas, que al final me piré. En su día me parecía un desdoro ir a por la firma de tal o cual autor. Como que me hacía menos escritor. Desde hace años, aplico la máxima de hacer lo que me da la gana y cada vez, creo, me va mejor. O al menos vivo mejor.

Así, guardo con orgullo un poemario de Ángel González cuyo firma me estampó, viejito y chupado como un pitillito de liar poco antes de morir, o Las ciegas hormigas, de Ramiro Pinilla. Podríamos decir que la firma del autor tiene algo de bendición del libro. ¿Superstición? Quizá. Yo lo llamaría un leve toque de magia. De poesía. De humanidad en este trasvase autor/lector que al final es lo importante de la literatura.

PUNTOS CIEGOS

Por todo ello, también le pedí una firma a Ignacio Martínez de Pisón y su Derecho natural, porque es un autor que se puede permitir el lujo de ser normal y escribir además de manera extraordinaria, que es algo que comprobaré en breve. Horas después lo vi en la fiesta de la Osa Moña y me saludó pronunciando, orgulloso de su memoria, o quizá de su bonhomía, mi nombre. Simpático me pareció también Javier Cercas, autor al que admiro desde que en una charla confesó que quiso ser escritor cuando escuchó que un escritor era un «tío que se quedaba en casa por las tardes escribiendo y tomando cocacolas», lo que le pareció la definición perfecta de la felicidad y a mí un poco también.

Por todo ello, y porque me atrae su manera de convocar literatura y vida, ensayo y novela, historia y España, le compré no uno sino dos libros: El punto ciego y El monarca de las sombras. ¿Qué tiene que tener una novela? Una pregunta. Y la respuesta a la pregunta es que a veces no hay respuesta. O al menos una respuesta clara. De eso, aprox., hablamos. También me cayó bien porque, precisamente, me hizo preguntas. Eso es, quizá, un escritor: alguien que hace preguntas. Un periodista nivel Premium. Un periodista del alma.

NOVELONES

Y me encuentro con Elena Blanco, responsable de prensa de Seix-Barral, que me puso los dientes largos con la próxima novela de Paul Auster, que editarán en ese sello, tras tantos años en Anagrama. Se titula 4, 3, 2, 1 y tiene más de mil páginas. Y está llamada a ser su obra maestra. Su particular 2666. Y, por lo visto, o leído, lo es. En septiembre. Martín Caparrós, también ha escrito un ladrillo de semejante jaez, lleno de mitologías. Jesús Marchamalo nos enseñó su ejemplar con la dedicatoria caliente. Tenía un ti acentuado. Mil páginas argentinas. Peligro.

En la caseta de Sílex saludamos a Ramiro Domínguez, que lleva con donosura los cincuenta años (justo los que él gasta) del prestigioso sello. Me llevé El franquismo, de José Luis Ibáñez Salas y de paso le pregunté por la Feria. De las mejores de los últimos años, me dijo. ¿Y cuándo una Feria es buena? Pues cuando se vende, claro. Y, excepto el domingo, con un calor de aúpa y la final de Nadal en París, que se vendió menos, el resto del día, incluso los de diario, fueron buenos.

La caseta sale por unos 2.500 euros. Para rentabilizar esa inversión hay que vender al menos esa cifra por cuatro, que es lo que, me dio a entender que habían vendido los de su grupo editorial (comprende otros dos sellos), aunque no quise preguntar porque antes que periodista iba en plan de amigo y un caballero no habla de dinero, ni siquiera en un artículo.

La Feria del  Libro, como organización, parece que funciona. Ahí están sus casi cuatrocientas casetas con sus cuotas correspondientes, así que hagan cuentas. Librerías, distribuidoras, editoriales y alguna organismos oficiales, que si el Ministerio de Educación y Cultura, el CIS, etc. En la Feria del Libro de Pamplona, por pasar a lo local, sólo se exponen librerías. Un editor me confesó que había cierta mafia, que los libreros tenían copado ese espacio privilegiado y que no les hacía gracia que las editoriales les puentearan. Porque la Feria del Libro de Madrid hace una excepción en lo que se conoce como cadena del libro (editor, distribuidor, librero, lector) y quien edita el libro va y te lo vende en mano. Con el dinero limpio de polvo y paja que eso significa.

Conclusión: hay Feria del Libro de Madrid para rato, aunque escueza a los jeremías de turno y a los gurús más cegatos.

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