• sábado, 20 de abril de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Navarra: territorio históricamente feminista

Por Eduardo Laporte

Leyendo ‘Siete reinas y media’, de Eduardo Díaz Húder, se confirma una realidad quizá no del todo machacada: en Navarra no hubo ley sálica

Portada del libro sobre una imagen de la Catedral de Pamplona, donde se encuentran los restos de Carlos III y Leonor de Trastámara.

La ignorancia en cuestiones navarras que nos asola es tal que conviene de vez en cuando paliarla con el único remedio a ese mal endémico: la lectura. Por eso me hice con ‘Siete reina y media’, de Eduardo Díaz Húder, sabedor de que se expondrían con rigor y amenidad cuestiones de nuestro interés, del mismo modo que lleva haciéndolo su hermano Javier desde hace décadas. Ahí están ‘Nunca vio muerte tan bella’ o ‘Un puente para el camino’, todos ellos atravesados de historia de Navarra.

¿Qué sabemos de las reinas de Navarra? Durante años, pensaba que la señora de melenita corta que corona la estatua de los Fueros, vista desde el comedor de casa, era una reina. Blanca, Leonor, alguna de esas. Y es que el callejero no se ha portado bien con ellas, razón que motivó esa idea interesante pero mal planteada (es decir, desde la inquina) de colocar a Catalina de Foix en el mapa.  

¿Qué sería de esos personajes de leyenda de no ser por los hoteles que los citan? Sancho Ramírez, Albret (y su dinastía) o la propia Blanca de Navarra. Hoy pensaba, en la ducha, que lo malo de la historia es que es complicada y hay que estudiarla. Con el nacionalismo, en cambio, te la puedes inventar.

El problema de la cuestión navarra, en otras palabras, es su exceso de historia. Tan vasta es que no pocos han optado por apuntarse al carro de las fake news peneubildutarras y listo. Y, mientras, nuestra historia se fosiliza.

De ahí que haya disfrutado, entre otras cosas, de los cuadros contextualizadores que incluye Díaz Húder en su oportuno libro. Como cuando describe, en apenas un párrafo, la entrada de la casa de Albret, a partir de 1483 con la reina Catalina, y cómo hubo quien quiso reivindicar una ley sálica extinguida —al contrario que en Francia— para disputarle el trono, reanudándose la guerra, o guerrica, civil navarra entre agramonteses y beaumonteses.

Como también vale su peso en oro el ‘claim’ que dedica a cada una de las reinas que gobernaron, en un ejemplo de pionerismo histórico sin parangón, en suelo foral:

Juana I: Creó escuela para todas las demás.

Juana II: Tuvo que superar las dudas de ser bastarda.  

Blanca I: Se hundió por obedecer a su padre y marido. 

Blanca II: ¿Ha sido la mayor víctima, de la historia?

Leonor I: Impidió a Navarra unificar los Reinos Cristianos.

Catalina I: Perdió el reino de Navarra y su independencia.

Juana III: Hizo protestante a la católica Navarra.

Los revisionismos históricos son divertidos (en el mejor de los casos). ¿Hay que analizar ese pasado en clave «feminista»? Más allá del titular llamativo, lo cierto es que el reino de Navarra tuvo una influencia femenina más que reseñable y de la que se diría que nos hemos olvidado, o que no nos ha interesado mucho. En Cizur Mayor, un colegio público lleva el nombre de Catalina de Foix, una de las beneficiadas de la no-ley sálica, y poco más.

¿Qué sabemos, por ejemplo, de Juana de Albret? Conocida como Juana III de Navarra y Juana de Borbón, fue la madre del primer Borbón que reinó en París, le bon roi Henri, es decir Enrique III de Navarra y IV de Francia, el del «los domingos, un pollo en todas las ollas de los campesinos». Se sabe que reinó en la Navarra francesa o Baja Navarra, y que la convirtió al protestantismo. Y que encargó una traducción al euskera del Nuevo Testamento, que se publicaría en 1571.

Su situación es curiosa, reina de un territorio pequeño, posee, sin embargo, media Francia por las cuestiones dinásticas. Eduardo Díaz Húder hace un esfuerzo didáctico y divulgativo para acercarnos a su figura. A la extrañeza que siente por su madre (Margarita de Francia) y el rechazo que le genera su padre Enrique II:
 

«Mi madre es una cosa rara, en estos tiempos. Ella también ha cambiado de sobrenombre, ha pasado de ser Margarita de Angulema, de Francia por ser hermana del Rey, a ser de Navarra por su boda con mi padre. Pero no es rara por eso, sino porque es muy intelectual, habla latín y griego, que ya no se usan, y escribe poesías, ensayos e incluso está escribiendo una imitación del Decamerón, que quiere titular el Heptamerón por constar de siete cuentos frívolos. Le encanta la política francesa, y lo último es que está interesada en problemas religiosos.

Es todo lo contrario al rey mi amado padre, llamado ‘el Sangüesino’ por haber nacido en esta hermosa ciudad que nos quitaron con malas artes. El Rey Enrique II es un hombre primitivo, sincero, rudo y muy propio de esta zona de Pirineos, donde los hombres huelen a sudor, en lugar de perfumes franceses».

Porque, también nos aclara Díaz Húder en ‘Siete reinas y media’, la mayoría de las dinastías navarras tienen nombres franceses «precisamente, por haber reinas, ya que cada vez que nos casamos empezamos a constituir una nueva dinastía con el nombre de nuestros maridos».

O sea, que ellas cortaban el bacalao, hasta que su identidad se diluía en la nueva dinastía que traía el consorte varón. ¿O no? ¿Fue Navarra el territorio más avanzado en cuando a empoderamiento, nunca mejor dicho, de la mujer? Lean el libro de Díaz Húder y debatamos. Merece la pena.

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