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Blog / Capital de tercer orden

La otra pandemia silenciosa

Por Eduardo Laporte

Cada año mueren en España más de 50.000 personas por enfermedades provocadas por el tabaco, casi 200 al día, pero nadie se rasga las vestiduras.

Decenas de colillas de cigarrillos apagadas sobre un cenicero.
Decenas de colillas de cigarrillos apagadas sobre un cenicero.

El pasado 31 de mayo, Día Mundial sin Tabaco, escuché a varios responsables de la lucha contra el tabaquismo y ya entonces escribí mentalmente esta columna. Luego murió Pau Donés y ya me decidí a escribirla.

El líder de Jarabe de Palo no padeció cáncer de pulmón, de laringe, sino de colon que luego saltó al hígado. El mismo que mi padre. Ambos fueron fumadores. Días antes de la muerte de Donés, vi el último videoclip, Eso que tú me das, con mi hermano. «No creo que le quede mucho», le dije. Se le notaba la muerte ya dentro de él; por mucho que las sonrisas y el ritmo habanero marquen la interpretación, es imposible tapar la sombra de la parca que anida ya en su rostro, en su interior. En esos ojos debilitados, que intentan disimular el aliento de Tánatos, en las facciones secas, en la mirada que ya ha vislumbrado el otro lado.

Me recordó también a mi padre, en el último viaje que hicimos. Nuestros amigos se quedaban asombrados. Ellos veían esa sombra interior que sus hijos, por costumbre o por no querer verla, negábamos. Mi madre había muerto, por cáncer de pulmón, hacía un par de meses. «Deja de fumar», me diría en su último verano, mi padre, en un consejo nada imperativo, sino marcado por el peso de la verdad, vivida en carne propia, que yo no tardaría en poner en práctica. Llevaba siete años fumando y pensé que jamás podría hacerlo. Si había un fumador vocacional era yo, pero lo hice. Y no fue tanto un esfuerzo en cuanto descubrí que compraba boletos de vida. Nada de Reúnas, sino premio directo.

Ojalá lo entendieran así todos los que intentan sin éxito cada año eso de dejar de fumar es fácil si saben cómo. ¿Cómo? Asumiendo de verdad, bajo la piel, eso que dijo el propio Pau Donés en sus entrevistas de despedida: «Vivir es un regalo».

También lo cantaba Rafa Berrio en su ‘Simulacro’, canción en que se lamenta no haber descubierto antes que la vida sucede a medida que sucede. Un cáncer de pulmón lo mató el pasado 31 de marzo a los 56 años. 

ENFERMEDAD RARA

Cuenta Miguel Delibes en su diario de 1970 que un amigo suyo fue al médico y le recomendó que dejara el pitillo, la copa y redujera las grasas. «Nunca he fumado, no bebo y soy vegetariano», le dijo, y no mentía. «¿Qué quiere que yo le haga?», le inquirió, entre irritado y preocupado.

Me recordó a una segunda visita con mi médico de cabecera, tras una primera en que se detectaron transaminasas altas, síntoma inequívoco de estrés en el hígado, provocado por ingerir más zumo de cebada que agua. En dicha segunda visita, tras redoblar mi actividad física, pasar a ingerir unas cápsulas de concentrado de alcachofa, un par de kiwis diarios y reducir las sesiones de levantamiento de vidrio en barra fija, no había rastro de transaminasas delatoras.

Aquello le sorprendió a mi señor médico, que se quedó sin guion punitivo, sin papel. Pasó a denostar las dietas, la propia salud, el ejercicio físico, la jalea real y la vitamina C. «¿Todo da igual?», le increpé, en lo que tornábase un diálogo filosófico, existencial, más que una charla cotidiana entre médico y paciente. Había algo oscuro en su mirada, quizá estuviera enfermo, condenado, pensé, y qué cruel destino el del doctor que queda fuera del reino de los sanos. Quizá fuera parte de ese 23% de españoles que fuma a diario. En cualquier caso, me alegré, y me alegro cada vez que lo visito, de que mis dolencias vengan de cualquier parte menos de daños relacionados con el humo.

Según datos de la Asociación Española contra el Cáncer, más de 50.000 personas mueren al año por enfermedades relacionadas con el tabaco. De ellas, la mitad padecen fulminantes y terminales cáncer de pulmón, una dolencia que, de no mediar el tabaco, sería considerada una enfermedad rara para lo que existirían pabellones de oncología y que apenas supondría desembolso público sanitario. Hoy, los gastos sanitarios y laborales de las enfermedades relacionadas por el tabaquismo superan los 7.500 millones de euros. O sea, dos ingresos mínimos vitales más y te sobran 1500 millones. ¿Te imaginas la de investigadores en apuros que podrían beneficiarse con uno sólo de esos 1.500 millones euros sobrantes? Y la de vidas que se habrían salvado, detalle no menor.

Insistimos en el dato. Casi el doble de los muertos por coronavirus en España durante la trágica pandemia lo hacen cada año por el dudoso hábito del cigarrillo. Muchos de ellos ni siquiera fuman, pero la toxicidad del tabaco les afecta por igual.

El virus SARS-CoV-2 entró en España como elefante en cacharrería. Sin entrar a analizar la gestión de los fernandosimones ante este ataque furibundo, lo cierto es que pilló al país desprevenido. Con el tabaco, llevamos décadas resignados a que diezme nuestra población, en edades aún jóvenes en muchos casos, sin que hagamos lo suficiente por concienciar de su letalidad. El mejor truco del diablo fue hacernos creer que no existe, dicen en Sospechosos habituales. Cada vez que alguien enciende un cigarro, o que la sociedad mira para otro lado, ese diablo y responsable de esta pandemia silenciosa se ríe. Me viene a la cabeza el título de una durísima y valiosa novela del escritor navarro Javier Díaz Húder, sobre, claro, el cáncer: ‘Que no te pase a ti’. Que te pase a ti nos pasa, nos pesa, a todos.

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