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Blog / El espejo de la historia

Sanfermines con mascarilla

Por Javier Aliaga

La mascarilla se ha convertido en un elemento imprescindible para la lucha contra el coronavirus. Al ser objeto de deseo, está a merced de la especulación y del pirateo internacional. 

Una mujer protegida con mascarilla montada en autobús durante la tercera semana de cuarentena y confinamiento total decretado en España como consecuencia del coronavirus, en Pamplona, Navarra, (España), a 2 de abril de 2020.

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2/4/2020
Una mujer protegida con mascarilla montada en autobús durante la tercera semana de cuarentena y confinamiento total decretado en España como consecuencia del coronavirus, en Pamplona. EUROPA PRESS

La hemeroteca está repleta de las contradicciones expuestas por el coordinador de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, en sus peroratas sobre el Covid-19: que no era más que una gripe; que el cierre de las fronteras no impedía la propagación del coronavirus; que los primeros muertos eran CON coronavirus; que “no es necesario que la población use mascarillas”... Sobre este asunto, esgrimió argumentos peregrinos: la gente no va a saber cómo ponérsela o que no filtran el 100% de los virus.

Bien es cierto que Simón transmitía la recomendación del director ejecutivo del Programa de Emergencias Sanitarias de la OMS, Michael Ryan: “No hay evidencia que sugiera que el uso de mascarillas por parte de la población reporte un beneficio”. En realidad se quería evitar un  problema derivado de la escasez mundial del artículo. Al respecto, el epidemiólogo de la Casa Blanca, Anthony Fauci, ha reconocido que la recomendación de la OMS no estaba basada en argumentos científicos, sino en evitar el riesgo de un desabastecimiento al personal sanitario. Algo que Francia constató denunciando el robo de material de protección de los hospitales.

En contraste, se han visto reportajes cómo drones en China vigilaban para que toda la población llevase mascarilla en la calle. Medida que también se ha impuesto en Hong Kong, Japón, Singapur y Corea del Sur, así como, recientemente en Austria, República Checa y Eslovaquia. Los chinos han tenido que quitar la venda a los epidemiólogos occidentales. La prestigiosa revista Science publica el 27 de marzo una entrevista al director del centro chino de Control y Prevención de Enfermedades (aisló y secuenció el SARS-CoV-2), George Gao; el cual declara: “Es un gran error en los EE.UU. y en Europa que la población no lleve mascarillas”.

Desde el principio de la crisis, sabemos que el coronavirus se propaga, fundamentalmente, al toser o hablar por las gotitas de saliva de un infectado a otro (en las manifestaciones del 8-M de una infectada a otra). No excluya que estas gotitas puedan quedarse en suspensión en el aire por un tiempo limitado, lo normal es que caigan por gravedad al suelo o se depositen sobre la superficie de un objeto. Si tocamos ese objeto con las manos desnudas y nos las llevamos a la boca, nariz u ojos, estamos permitiendo que el virus acceda a nuestras mucosas y que se incorpore a sus células para iniciar su replicación.

También sabemos que el coronavirus puede mantenerse estable, dependiendo del tipo de material, hasta varios días en una superficie. El problema más grave del Covid-19 es que hay un 80% de la población infectada y asintomática, que siembra el virus de forma silente, porque no se la ha hecho test.

Las redes sociales han impuesto el sentido común, propagando la idea de que cualquier impedimento físico, sea mascarilla, bufanda o pañuelo, aunque no filtre totalmente los virus, evita los contagios de persona a persona. Razón por la cual, los orientales tradicionalmente acostumbran a protegerse nariz y boca. Todos hemos visto que en un grupo de turistas japoneses, varios de ellos, llevan mascarillas.

Curvas comparativas de países que sí han adoptado la mascarilla frente a los que no.

Así la mascarilla se ha convertido en elemento imprescindible para la contención de la pandemia y por tanto en objeto de deseo y especulación, que ha degenerado en una guerra comercial entre países y ha hecho aflorar la piratería internacional. En lo peor de la crisis de Italia, el 5 de marzo, Chequia se incautó de un cargamento de mascarillas con destino a los italianos; fueron necesarias presiones diplomáticas para que los checos reenviasen el pedido. Ayer mismo hemos sabido que Turquía ha incautado 12 respiradores comprados por el Gobierno de Navarra; tras la reclamación dicen que los liberaran “lo antes posible”.

Francia se ha quejado de que sus encargos de material chino han sido desviados hacia a los EE.UU.; éstos pagan en metálico, con maletines, dos, tres, o cuatro veces más en los aeropuertos de origen. No obstante, los franceses tampoco están libres de pirateo. Según desvela L’Express, el 5 de marzo Francia se incautó de un pedido de 4 millones de mascarillas suecas, 1 millón iba para España, y otro para Italia; tras presiones diplomáticas liberaron los pedidos de sus dos socios europeos, apropiándose de los dos millones restantes.

Hemos visto en el Congreso de los Diputados, a la ujier, con mascarilla y guantes, desinfectar el estrado de sus señorías, los cuales accedían sin protección. Al final, han sido necesarios 12.000 muertos, tres ministras contagiadas, así como tres de los cinco miembros del Comité de crisis de la Moncloa para que Pedro Sánchez salga en la foto con mascarilla y guantes; emitiendo una tenue recomendación a la población para que salga a la calle con mascarilla. El Gobierno ha comprendido que la mascarilla es tan necesaria como estratégica, adoptando el autoabastecimiento para impedir caiga en manos de piratas y especuladores.

El coronavirus ha llegado para quedarse. No me refiero a que pueda depositarse en los tejidos intersticiales a modo de reservorio para salir en otra oleada, sino para alterar nuestros usos y costumbres. Es más que probable que la liga de futbol acabe a puerta cerrada. En cualquier caso, cuando los estadios vuelvan a abrirse parte de la afición, si no toda, accederá con mascarilla.

Cada vez se desvanece más la idea de una celebración de los Sanfermines en julio. Algunos optimistas alimentan la esperanza de demorarlos a septiembre como ya ocurrió en 1978. Ocurra lo que ocurra, al atuendo sanferminero tradicional de pañuelo y faja, habrá que sumar la mascarilla. Me pregunto si los Gigantes de Pamplona saldrán con mascarilla para dar el ejemplo que no han dado nuestros políticos.

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