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Blog / El espejo de la historia

Isabel de Valois y el cisma navarro

Por Javier Aliaga

El paso de Isabel de Valois por Navarra en 1560 no fue un mero tránsito. En Roncesvalles tuvo lugar la entrega de la reina consorte de España a los representantes de Felipe II. Aquel acto protocolario puso de relieve el cisma navarro.

Isabel de Valois tercera esposa de Felipe II de España (IV de Navarra)
Isabel de Valois tercera esposa de Felipe II de España (IV de Navarra).

El tratado de Cateau-Cambrésis de abril de 1559 puso fin a casi 50 años de contiendas entre Francia y España, en aquel momento sus respectivos reyes eran Enrique II y Felipe II. Además sellaron la reconciliación con la unión matrimonial de ambas coronas: la hija mayor del monarca francés, Isabel de Valois, casaría con el dos veces viudo Felipe II. Él de 33 años; ella, una niña de 13 (no había tenido la menarquía), pasó a denominarse la Infanta de la Paz.

Sin embargo, aquel tratado fue un mazazo para la dinastía de los Foix-Albret, pues no recogía sus reclamaciones sobre el territorio navarro conquistado por Fernando el Católico en 1512 y reconquistado por Carlos I en 1521. Juana III de Albret (nieta de Catalina I de Navarra ‘de Foix’) heredera del reino pirenaico, había casado con Antonio de Bourbon (en castellano Borbón) duque de Vendôme.

Los Albret estaban emparentados con los Valois. Juana era madrina de Isabel, sus padres eran Enrique II de Navarra ‘el sangüesino’ y Margarita de Angulema (hermana de Francisco I); es decir, su madre era tía abuela de la futura reina de España.

El enlace matrimonial no se demoró, el 22 de junio de 1559 en la catedral de Notre Dame de Paris, se casaron por poderes Isabel de Valois y Felipe II, éste estuvo representado por Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba. Entre los fastos conmemorativos de la boda, se celebró un torneo, en el que participó el propio rey francés, Enrique II, que acabó en tragedia. Una astilla de la lanza del adversario atravesó la visera del yelmo del monarca penetrándole profundamente por el ojo. En pocos días, la infección acabó con su vida.

La niña casada con el rey más poderoso del momento, en cuyos dominios nunca se ocultaba el sol, tuvo que posponer tres meses su viaje a España hasta la coronación de su hermano, Francisco II. Tras la cual, la corte francesa organizó un gran cortejo de acompañamiento a Isabel. Al llegar a Burdeos, Antonio de Borbón, como gobernador de la Guyenne, se puso al frente de la expedición, a la que se sumaron Juana III y el príncipe Enrique ‘el bearnés’.

El séquito descansó unos días en el castillo de Pau, corte de la dinastía navarra. En los dominios de la Corona de Francia, los Borbón-Albret, por protocolo, se mantuvieron en segunda fila, dejando a la reina de España la primera fila. Ahora bien, cuando la comitiva entró en Navarra, las posiciones se intercambiaron. Llegando a los Pirineos sobrevino un temporal de nieve que dificultó enormemente el avance y que originó diversos percances.

Inicialmente se había acordado que el Borbón conduciría a la reina española hasta el límite fronterizo en las proximidades de San Juan de Pie de Puerto. De todas formas, la intención de éste era atravesar la Alta Navarra para hacer la entrega en el Ebro, linde de los Estados que reclamaba; lo cual fue rotundamente rechazado por los delegados españoles. La climatología adversa evitó el conflicto diplomático, pactando finalmente realizar el acto en el lado español de los Pirineos, en Roncesvalles, a donde el cortejo llegó el 5 de enero de 1560.

El rey de España designó dos altos comisionados para representarle: el duque del Infantado y el Cardenal de Toledo. Por parte francesa asistieron numerosos caballeros y señores, así como el cardenal Borbón y los obispos de Sex y Olorón. Los reyes de Navarra, Juana y Antonio, estaban arropados por cuantiosos de sus gentilhombres. Los historiadores aportan detalles distintos de lo sucedido. Ibarra sitúa el evento en un edificio denominado Caritat, cuya sala principal estaba cubierta con “una hermosa tapicería negra del rey de Navarra”.

Según Vauvilliers, sobre un estrado elevado había un baldaquín de terciopelo rojo carmesí, bajo el cual se colocó un sillón dorado en el que se sentó la reina de España, a su izquierda y derecha se sentaron el rey, el príncipe y la reina de Navarra. El Borbón se dirigió a los asistentes “venía -según Ibarra- a entregar a los españoles lo mejor que en Francia se hallaba, la más cara y preciosa, la insigne y Santa Infanta de la Paz”.

Para Vauvilliers el discurso fue muy emotivo “él no pudo contener la emoción; sus lágrimas corrieron abundantemente” contagiando sus lloros a todos los navarros y franceses presentes. Según Ibarra, el Borbón aprovechó la ocasión para protestar “contra los usurpadores de sus Reales derechos”. Continuó el cardenal de Toledo, citando en latín el salmo XLIV. “Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna…”. La pobre niña al percatarse que ya no vería más su tierra cayó desmayada en los brazos de Juana.

¿Qué pretendía el Borbón protestando ante la reina de España, su sobrina, consorte también de Felipe IV de Navarra? ¿No era ella también usurpadora? La situación provocada por el Borbón era endiablada. Recordemos que Felipe siendo príncipe, juró los Fueros navarros ante las Cortes reunidas en Tudela en 1551. Cinco años más tarde su padre Carlos I (V de Navarra) abdicó en él. No obstante, aquella renuncia para los síndicos del reino navarro era insuficiente, ni se había consultado a los navarros, ni proclamado rey en la catedral de Pamplona.

Acabado el evento de Roncesvalles, Isabel de Valois se dirigió a Pamplona camino de Guadalajara para ratificar con Felipe II la boda en el palacio del duque del Infantado. Mientras que los Borbón-Albert se volvieron a sus Estados, atravesando la pequeña Baja Navarra que les permitía seguir siendo reyes: Antonio a Pau, Juana con el príncipe Enrique a Nérac.

En 1572 al morir Juana III, el príncipe navarro heredó el reino como Enrique III; prominente calvinista, tras una apresurada conversión al catolicismo -se le atribuye la frase “Paris bien vale una misa”-, heredó el trono de Francia en 1589 como Enrique IV. Fue el primero de los siete Borbones franceses, que reinaron durante más de dos siglos.

Hasta 1789, todos los monarcas se titularon “Roi de France et de Navarre”; por eso, en sus armas figuraban dos escudos: el borbónico con las tres flores de lis y el del reino de Navarra. La casa Borbón española tiene origen en la francesa y es, por tanto, descendiente de la dinastía navarra de los Albret.

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