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Blog / El espejo de la historia

El surrealista caso Matesa (I)

Por Javier Aliaga

Hace 50 años en pleno franquismo, Matesa, una empresa que fabricaba telares en Pamplona, provocó una verdadera conmoción política, económica y social.

Titulares de prensa de agosto de 1969 cuando estalló el caso Matesa.
Titulares de prensa de agosto de 1969 cuando estalló el caso Matesa.

En el verano de 1969, cuando sonaba por doquier “María Isabel” de los Payos, los medios de comunicación centraron su atención en lo que fue el mayor escándalo económico del franquismo: el caso Matesa.

Matesa (Maquinaría Textil del Norte de España S.A.) había nacido en 1956 con capital de las familias Vilá y Huarte –posteriormente vendieron su parte-, los centros de decisión y de investigación estaban en Barcelona, mientras que la fabricación se realizaba en Pamplona. En realidad, era un taller de ensamblaje de piezas producidas por unas 300 empresas.

El presidente y máximo accionista de la empresa, Juan Vilá Reyes (JVR), ingeniero técnico textil, cuya familia tenía experiencia centenaria en el sector, fue el cabeza de turco del asunto.

JVR era el empresario de moda. El 5 de abril de 1969 en el programa de la primera cadena de TVE “Esta es su vida”, fue presentado por Federico Gallo «como ejemplo de la evolución del hombre de empresa en nuestra patria». Nadie podía sospechar que en tan sólo cuatro meses acabaría en prisión, pasando a ser calificado como el “mayor estafador del siglo”.

El producto de Matesa era revolucionario y novedoso, consistía en un telar sin lanzadera, denominado Iwer (acrónimo al revés de Vilá Reyes), que admitía todo tipo de fibras, tanto naturales, como sintéticas. Su diseño había partido de 9 patentes francesas (Ancet Fayolle) adquiridas en 1957; el departamento de investigación se encargó de hacer realidad y mejorar el rendimiento. El resultado fue que Matesa llegó a tener 100 depósitos y patentes propias.

En pocos años la empresa había experimentado un crecimiento exponencial con sucesivas ampliaciones de capital social de 8 Mptas. (1957) a 600 Mptas. (1968). Del mismo modo, la estructura de Matesa cambió radicalmente; además de las 15 participadas españolas, JVR tejió un holding de más de 70 empresas filiales en el extranjero, convirtiéndola en una verdadera multinacional. El objetivo era crear una red comercial y dar servicio postventa.

En agosto de 1969 estalló el escándalo. El origen fue una denuncia que había presentado la Dirección General de Aduanas ante el Juzgado Especial de Delitos Monetarios por irregularidades. La cúpula de la empresa, hasta entonces modélica, fue encarcelada a excepción de JVR que ingresaría en prisión al finalizar la convalecencia de una operación quirúrgica.

Lo más asombroso fue que Matesa había incrementado el saldo deudor en el Banco de Crédito Industrial (BCI), ya no exponencialmente, sino meteóricamente, pasando de 22 Mptas. (1964) a 10.000 Mptas. (1969); el año anterior había acaparado el 41% de todos los créditos.

Matesa había obtenido la carta de exportador de primera categoría que le facilitaba el acceso al crédito oficial en 1966. A juzgar por las exportaciones oficiales, el telar Iwer tuvo una demanda insólita en el mercado internacional; sin embargo, aquello era parte de un espejismo. Unos meses antes, JVR había reconocido personalmente al ministro de Comercio que un tercio de las exportaciones eran ficticias.

No obstante, la realidad era todavía más inaceptable. Desde hacía dos años, Matesa estaba siendo investigada por Aduanas, habiendo detectado: que las ventas ficticias eran realmente dos tercios; que los precios no eran reales; y que las exportaciones eran, en su mayor parte, autoventas a sus filiales en el extranjero, los telares eran acopiados en depósitos francos o en almacenes.

El escándalo trajo consigo una campaña en los medios de comunicación, sin precedentes en el franquismo, con toda clase de fakes news: «Matesa exportaba piedras que se tiraban al mar»; «Vilá Reyes tiene 10.000 millones en Suiza». El planteamiento más impactante fue hacer repercutir las consecuencias al ciudadano; como por ejemplo, que aquel dinero era de todos los españoles por lo que Matesa debía 300 ptas. a cada uno, o que los 10.000 MPtas. eran equivalentes al presupuesto anual del Ministerio de Agricultura (Pyresa e Informaciones).

JVR, por sus contactos gubernamentales y ser católico practicante con 7 hijos, maliciosamente se le asoció al Opus Dei. Siempre lo negó. De todos modos, muchos quisieron ver en el Affaire Matesa la sombra de la obra de Balaguer: «algunos puestos directivos de Matesa están desempeñados por miembros del Opus Dei» (El Alcázar); e incluso la prensa extranjera divulgó el fake «Matesa entregó 5.000 millones al Opus Dei» (Avanti, Le Monde). La oficina de prensa de la institución lo desmintió: «Ningún miembro del Opus Dei forma parte de Matesa».

Los interrogantes eran varios: ¿Por qué un banco oficial había asumido tal nivel de riesgo con una empresa? ¿Cómo se había llegado a tal situación? Pocos años antes, la España de blanco y negro había salido de la autarquía –verdadero desastre económico-, gracias a los planes de Estabilización y Desarrollo, cuyos artífices habían sido los ministros tecnócratas del Opus Dei.

La balanza por cuenta corriente podía compensarse: bien por el incipiente sector del turismo, o bien por las exportaciones. Los tecnócratas, se obsesionaron con la exportación, para favorecerla lanzaron una cruzada en la que pusieron incentivos en forma de créditos y desgravaciones fiscales; pero aquello no era suficiente, las leyes franquistas no estaban preparadas para la exportación.

Ante la imposibilidad de sacar dinero al exterior, JVR no dudó en trasgredir la ley para evadir capital y jactarse de ello. En 1967 le llegó la primera condena con multa de 21 Mptas. -pena mínima-, por la evasión de 100 Mptas. Para crear el holding, según el fiscal del juicio de 1975, llegó a evadir hasta 5.000 Mptas. en divisas.

De la denuncia inicial de Aduanas, JVR sería condenado a 3 años de cárcel y a 1.658 Mptas. de multa. Fue la primera estación de un vía crucis de pleitos. Matesa y los bienes de los socios fueron embargados. Se hizo cargo un administrador nombrado por la justicia, que fue  malvendiendo los activos, principalmente del exterior. JVR estimó que se perdieron 11.600 Mptas en activos, 1.500 puestos directos y 5.000 indirectos.

En 1983 del imperio de Matesa no quedaba ni la raspa, se habían celebrado hasta 6 subastas que quedaron desiertas. Finalmente se adjudicó por 60.000 ptas. a la Sociedad Laboral Iwer de Navarra formada por 174 de los 260 empleados que quedaban. La adjudicación puso fin al embargo y a la calamitosa administración judicial; en aquel entonces se contabilizaron 15.000 telares Iwer existentes en el mercado, en 700 empresas de 50 países.

En resumen, JVR se aprovechó del franquismo e infringió unas leyes inválidas para el comercio exterior. Lo pagó caro. La justicia franquista, que no era independiente, trabajaba con ahínco por y para el régimen, le impuso condenas ejemplares por estafa y falsificación de documentos. «Pero si yo, a pesar de todo, hubiera sido un sinvergüenza capaz de haber hecho lo que dicen, no me hubieran cogido aquí», escribió desde la cárcel.

En otra ocasión categorizó: «no tengo dinero fuera de España, ni a mi nombre, ni al de otras personas». En efecto, si se hubiese demostrado que el dinero acabó en cuentas particulares –cosa que no se demostró-, podríamos hablar de corrupción.

Es de reconocer que JVR fue, ante todo, un visionario, como dejó patente hace medio siglo: externalizando la fabricación -al igual que lo hace el sector del automóvil en la actualidad-; impulsando el I+D para crear un producto nuevo; y concibiendo un telar sin lanzadera. Los años le dieron la razón, los telares actuales no llevan lanzadera.

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