• viernes, 26 de abril de 2024
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Blog / La cometa de Miel

Los incendios analfabetos

Por Pablo Sabalza

El fuego siempre ha sido y, al parecer, seguirá siendo siempre, el más terrible de los elementos.

Bomberos de Bizkaia participan en los trabajos para extinguir el fuego en las cercanías de la localidad de Ujué (Navarra). EFE / Villar López

Los incendios se intensifican en nuestra Comunidad Foral y cada vez son más los puntos de la geografía Navarra que se ven afectados por las llamas.

Si la semana pasada conversaba con mis amigos de Sangüesa acerca del incendio generado en la sierra de Leyre, ayer por la mañana mi amigo de la infancia, Patxi Larregui, me relataba la tensión vivida al divisar el fuego a escasos metros de la casa familiar sita en el pueblo de Arraiza.

El monte San Cristóbal, Obanos, San Martín de Unx, Iracheta o la sierra de Codés, entre otras igniciones de mayores o menores dimensiones, avivan el desasosiego de los lugareños y activan todas las medidas de seguridad y prevención.

El fuego arrasa allá por donde pasa y el viento lo manipula hacia uno u otro lugar cortando carreteras y aislando, incluso, localidades.

Desde tiempos remotos los incendios han asolado campos, ciudades (Londres, mismamente, en 1666 o Lisboa en 1988) o edificios de toda índole. Algunos de estos últimos albergaban multitud de obras de arte que se convirtieron en cenizas, cenizas nada más.

Esta semana quisiera acercarles a algunos enclaves arrasados por las llamas bien por conflictos, por catástrofes naturales o por distintos accidentes que conllevaron, en este caso, a la pérdida de innumerables obras literarias.

La primera que me gustaría mencionarles es la Biblioteca de Alejandría. La desaparición provocó la pérdida de, al menos, el setenta por ciento de toda la literatura, filosofía y ciencia griega antigua. Durante varios siglos albergó gran parte de todo el conocimiento antiguo con sus más de veinte mil rollos de papiro.

Cuentan que un grupo de hombres en el año 213 a.C intentaba reunir todos los libros en Alejandría cuando el Emperador, Shi Huandi, conocido por la gestión de la construcción de la Gran Muralla y la Gran Tumba de los guerreros de Terracota, aprobó que quemaran todos esos ejemplares excepto aquellos que versaban sobre agricultura, medicina o profecía. Dicen que, de casa en casa, los funcionarios se apoderaron de los libros y los hicieron arder en una pira. 

Ya en tierras españolas encontramos la orden del cardenal Cisneros, allá por el año 1500, en cuya disposición se exigía a sacerdotes y soldados que acudiesen a los hogares y a distintos edificios a confiscar libros, pues había llegado la hora de quemar un antiguo libro sagrado, el Corán, pieza angular del Islam.

Tres años antes, en 1497, el fraile dominico Savonarola insistió ante sus oyentes que el triunfo de las tropas francesas sobre las italianas era una clara demostración del desastre que vivían y convenció a la gente del malestar de Dios. Una de sus primeras ideas fue sustituir el Carnaval de Florencia, que le parecía frívolo, por la fiesta de la Penitencia. Sus discípulos, que debían ser de armas tomar, pidieron que se reuniera todo objeto que fuera una muestra de la vanidad humana.

Este ritual sirvió para la destrucción de libros sobre magia y cábala, clásicos de Ovidio, Catulo y Marcial, textos de Dante y poetas de los cancioneros del amor gentil, así como los diálogos de Platón. Este hecho fue reconocido por la ‘hoguera de las vanidades’. 

Ya en el siglo XX nos encontramos con el Bibliocausto. La operación denominada, ‘Quema de Libros’, y ejecutada el 10 de mayo de 1933 bajo la coordinación de Joseph Goebbels, se reveló pronto en su verdadera dimensión porque el mismo día se quemaron libros en Berlín y en otras 22 ciudades alemanas. Apuntan que se destruyeron obras de más de 5.500 autores. 

El 8 y 9 de abril de 2003 una ola de saqueos conmovió al mundo, ya que una serie de acciones destruyeron diversos centros culturales de Irak con el consiguiente desmantelamiento de los edificios públicos y comercios de Bagdad tras la toma de la ciudad por el ejército de Estados Unidos. Cuatro días más tarde una multitud alentada por la pasividad de los militares roció con algún combustible los anaqueles y les prendió fuego. Millones de libros se quemaron.

Y si iniciamos este incendiario texto en Egipto con la Biblioteca de Alejandría lo finalizo con el 18 de diciembre de 2011, fecha catastrófica, por el incendio del edificio de la Academia de Ciencias, que albergaba 200.000 materiales desde el siglo XVIII y obras como Description de l’Égypte, reproducido por todos los amantes de Egipto desde su aparición en 1809. 

“Todos los archivos que sustentaban las fuentes del siglo XIX se perdieron, miles de informes de investigación que ni siquiera estaban copiados perecieron haciendo retroceder los estudios egiptológicos durante décadas”.

Y así queda todo, entre la madera y el papel que se resuelve en chispa y llamarada, y luego en silencio y humo que se pierde. 

Que se pierde, que se pierde.

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