- miércoles, 04 de diciembre de 2024
- Actualizado 07:32
Al parecer tanto su director, Alberto Rodríguez, como su guionista, Rafael Cobos, llevan años intentando sacar este proyecto adelante. Estoy seguro de que ha habido muchas dificultades, entre ellas que una de las mejores películas españolas de este siglo, “Celda 211, pertenezca al mismo subgénero, el carcelario. Otro título en el que es difícil no pensar es “Cadena perpetua”, a menudo referida como la mejor película de la Historia.
Sinopsis: Cárcel Modelo. Barcelona, 1977. Manuel (Miguel Herrán), un joven contable, encarcelado y pendiente de juicio por cometer un desfalco, se enfrenta a una posible pena de entre 10 y 20 años, un castigo desproporcionado para la cuantía de su delito. Pronto, junto a su compañero de celda, Pino (Javier Gutiérrez), se une a un grupo de presos comunes que se está organizando para exigir una amnistía. Se inicia una guerra por la libertad que hará tambalearse al sistema penitenciario español. Si las cosas están cambiando fuera, dentro también tendrán que hacerlo.
Resulta interesante ver cómo los últimos cuatro largometrajes de estos dos narradores tienen puntos argumentales en común: la Sevilla de finales de los 80 de “Grupo 7”, “La isla mínima” de la transición y los 90 de “El hombre de las mil caras”. Sin figurar como películas propagandísticas, no hay duda de que hay intención de mostrar una cara B, más sucia de la oficial. Incluso en su serie de Movistar +, “La Peste”, veíamos el barro y los cadáveres en pleno apogeo comercial de Sevilla, en el siglo XVI.
En una filmografía en la que la autenticidad y realismo son marca de la casa, Miguel Herrán y Javier Gutiérrez lideran el filme planteando una dupla fascinante. Un diálogo entre el deber y el cinismo, entre vivir en la realidad o escapar a la fantasía. Una relación de amistad en la que uno elimina el escepticismo del otro, ya que el personaje de Gutiérrez se encuentra en una cárcel dentro de la propia Modelo como es la falta de compromiso como única forma de supervivencia. Precisamente, es el personaje de Gutiérrez el más interesante porque hay más cambio interno. El personaje de Herrán, con sus caídas y alzas de esperanza, sufre más cambios externos que internos. Esto es algo que quizás limita la calidez en favor de la frialdad salvo en los momentos de camaradería o cuando el actor Jesús Carroza aparece en pantalla.
Junto a los elogios a todos los departamentos técnicos y artístico, sí que me gustaría mencionar la habilidad de la historia para mostrarnos cambios en el funcionamiento interno de la cárcel según se produce la democratización del país. Estos cambios, curiosamente, son algo que, lejos de dar esperanza, la arrebatan a la audiencia. De alguna forma se plantea cómo ciertos márgenes de libertad hacen que el compromiso social decaiga.
Este tipo de relatos cuentan con varios retos, los principales son cómo consigues mantener un pulso narrativo cuando la dinámica y la localización son prácticamente la misma. Otro también es que, como toda gran épica en la que los personajes pasan años en perseguir un objetivo, es difícil no divagar y que el espectador no se sienta tan perdido como sus protagonistas. Esto solo se produce durante un corto tramo dentro las dos horas de metraje del filme.
Esa es la mayor pega de la cinta y por lo que veo difícil que ‘Modelo 77’ sea un fenómeno como ‘La isla mínima’. Siempre son injustas las comparaciones, pero también inevitables.