No sé lo que dicen las leyes, pero el Estado de Derecho dicta que un chaval de 16 años no puede ser objeto de la violencia policial y mucho menos ver violada la protección que le ampara a lo largo de las horas que separan el porrazo y el empujón al furgón y la llamada a sus padres para informarles de que pueden ir a devolver la libertad a su hijo.
Lo que estamos sufriendo desde que el inconstitucional estado de alarma nos encerrara entre cuatro paredes, nos impidiera la libre circulación y nos ultrajara el derecho a reunión a lo largo de meses es la peor de las distopías.
Cuando yo era adolescente aprendí a salir de fiesta esquivando la violencia de los abertzales proetarras –valga la redundancia-. Sabíamos dónde estaban unos con la juerga violenta de las pedradas y los pelotazos, y donde estábamos los otros divirtiéndonos de esa manera propia y genuina de críos a los que los bares les van grandes, pero quieren compartir bebida y rato con sus iguales.
En estos últimos años hemos retrocedido décadas. Pero hoy, por mucho que se esfuercen en criminalizar a los jóvenes con el perverso objeto de domesticarles y someterles para que atraviesen el círculo de colores, no estamos ante unos abertzales proetarras –valga la redundancia- gritando goras.
Denuncio que la policía cumpliendo órdenes persigue en modo preventivo a la juventud para limitarle sus derechos.
Exijo que quien tiene el poder de hacerlo, deje de ordenar someter a los jóvenes.
Exijo que se deje de presentar a los jóvenes como los culpables de situaciones violentas en las que nada tienen que ganar. Los jóvenes no van de botellón, o a la calle San Gregorio, o a la Vuelta del Castillo a montar borroka.
Por cierto, si alguien piensa que así va a conseguir que la juventud pierda su esencia, le recuerdo que la libertad es muy testaruda y se no puede encerrar en un calabozo.
PD. Pasolini iría, esta vez, con la juventud.
Fdo. Amaia Uriz Zarza