• lunes, 09 de diciembre de 2024
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Opinión / In foro domestico

El amor de Luis y Trini

Por Ángel Luis Fortún Moral

Una bella historia de amor. Una historia real, aunque discreta. Una historia como las miles que colorean y dan verdadero sentido a la historia que llega a los libros.

Porque toda la historia rebosa de rostros anónimos y vivencias. Como en una película. La historia sigue inexorable y transforma el sentido de las cosas, de las perspectivas y, sobre todo, de cualquier absoluto. Conviene recordarlo especialmente cuando se empeñan en imponer un solo fotograma de la película, aislarlo de las vidas que lo conformaron y tatuarlo en los sentimientos y en las mentes. Elevan ese fotograma, aderezado a su antojo, a la categoría de verdad indiscutible. Justifican imponer un solo color y desprecian hasta el ostracismo la compleja riqueza de los impulsos vitales que nos han traído hasta aquí y nos empujan hacia el futuro.

Para comenzar, la bella historia de amor de Luis y Trini. La familia de ella había decido emigrar en busca de una vida mejor. Llegó a estas tierras como tantas otras miles de familias que, unos años antes y varios años después, salieron de aquel pueblo, de aquella provincia y región. Según los censos oficiales de 1960 y 1970, llegaban de Logroño, Guipúzcoa, Zaragoza, Jaén, Badajoz, Madrid, Córdoba, Cáceres, Barcelona, Soria…

Luis también salió del mismo pueblo y de la misma provincia, pero la fuerza que lo empujaba era el amor de su vida. En los censos oficiales no se indican las razones por las que llegaron tantas gentes, pero todas y cada una de ellas trajeron sus historias, sus sueños, sus temores, sus esperanzas y sus amores.

Trini se instaló con su familia; tal y como les habían contado, aquí se les ofrecieron muchas posibilidades. Con sus hermanas acudió a clases para formarse y entabló amistades y relaciones. Al principio no resultó fácil tratar con las gentes de aquí. Con el tiempo ya nadie preguntaba por su origen.

Luis también llegó, tras un periplo, y se instaló como pudo, entre tantos otros que, como él, llegaban solos, sin sus familias. Comenzó a trabajar en todo lo que se le ofrecía todo el tiempo que fuera necesario. Y tuvo que hacerse de valer ante la familia de Trini, porque habían venido buscando un futuro mejor para sus hijas.

Luis y Trini se casaron, tuvieron hijos. Durante muchos años veranearon en el pueblo, del que traían su aceite, su jamón, sus boniatos, los sabores que les ayudaran a mantener repartidos sus anhelos entre las dos tierras a las que tanto debían. Los hijos crecieron y trazaron más raíces en esta tierra. Luis llegó a tener una empresa y, jubilado, se hizo con un huertillo para echar los ratos: un pedazo de esta tierra a la que vino por amor.

Es una de tantas historias que se tejieron tras aquella marea de decenas de miles de personas que llegaron a Navarra, casi todas a la Comarca de Pamplona. En 10 años, de 1960 a 1970, la población de Pamplona creció un 50% (de 97.000 a 147.000). La Comarca de Pamplona casi duplicó su población, de 127.000 a 249.000, en los 20 años de 1960 a 1980.

Durante los últimos años se han querido destacar como extraordinarias las oleadas de emigración reciente. Sobre ella se ha escrito y estudiado, a ella se le han destinado recursos y esfuerzos colectivos para integración y multiculturalidad. Entre los años 2000 y 2012 la población de Navarra pasó de 543.000 a 644.000 habitantes. Es un de crecimiento del 20% para una Comunidad mucho más dotada y estructurada.

Hoy Trini sigue acicalándose cada mañana, nada más levantarse, se pinta el ojillo y se pone guapa para él. Luis sigue escondiendo una sorpresa, una flor o un pastelillo, cada vez que regresa de llevar a los nietos al colegio. Hoy, Luis y Trini siguen amándose, se ve de lejos cuando cada tarde salen a dar un paseito. Juntos. Repartiendo sus anhelos y recuerdos entre ambas tierras, porque en ambas han derrochado por igual, esfuerzo y sacrificio, ilusión y esperanza. Ambas tierras son su pasado y su presente.

El color y la fuerza que tanto nutrió Navarra, que la enlazó para siempre con otras muchas tierras durante aquellas décadas de los sesenta y setenta, los hemos obviado y olvidado. Lo vestimos bajo estereotipos facilones y lo enterramos en identitarios alardes monocolor. Recelamos de la uniformidad que parece imponer la globalización, pero aquí somos los más intransigentes uniformadores. Pretendemos ser a costa de despreciar. Creemos construir una identidad sobre la base de negar y olvidar. Podemos ser lo que queramos y como queramos, sin duda, pero lo que nos ha traído hasta aquí existe y surgirá, más cuanto más nos empeñemos en taparlo.

Se quiera o no, el amor de Luis y Trini, con su acento y su gracejo, forma parte de la historia de las gentes de Navarra, como las decenas de miles de historias, vidas y amores que nos trajeron hasta aquí. Y su impulso y su riqueza siguen muy vivos, empujándonos hacia el futuro que desconocemos.

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