- miércoles, 12 de febrero de 2025
- Actualizado 07:49
El voto conjunto de Podemos y PSOE en algunas iniciativas parlamentarias, así como el encuentro del líder socialista, Pedro Sánchez, con el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, agitan las coordenadas de la gobernabilidad, inalterables desde el recuento electoral del 20-N. Valgan esos términos. Agitación, sí. Alteración, no. Al menos de momento. Aunque se hable de manos tendidas y las lenguas están menos afiladas.
Dos personas tan lúcidas como Miquel Iceta (PSC), en el campo de la política, y Juan José Toharia, en el de las Ciencias Sociales, se sumaron este fin de semana al coro de voces que claman por un diálogo eficiente entre los partidos políticos ante el reto de la inestabilidad, cuya expresión más visible, aquí y ahora, sería una repetición de las elecciones generales por falta de entendimiento en el intento de formar una mayoría de gobierno para la incierta Legislatura que acaba de nacer.
Dos valores al alza después de las elecciones del 20-D. Por un lado, la estabilidad. Por otro, la capacidad de pacto entre líderes de viejas y nuevas fuerzas políticas. Todo ello bajo el imperio de la matemática surgida de las urnas, cuyo primer mandato es el de reconocer a la fuerza ganadora, el Partido Popular, la legitimidad de su derecho a formar gobierno.
Dice el representante del Estado en Cataluña, Artur Mas, que no sabe si estará dispuesto a cumplir la ley en el hipotético caso de ser inhabilitado por sentencia judicial. "Depende". Eso ha dicho. Llegado el caso actuaría según el clásico principio de oportunidad propio del orden político, esencialmente reñido con el principio de legalidad propio del orden judicial.
Cómo ha cambiado el cuento. Si en los tiempos de Pablo Iglesias (el fundador del socialismo español, cuidado con las comparaciones odiosas), la utopía era la sociedad sin clases, ahora es el reformismo pregonado por Pedro Sánchez como resorte de la campaña electoral a punto de formalizarse con la disolución de la Legislatura.