Estas cosas me han animado a escribir porque han hecho que vengan a mi recuerdo esos años de niño en el Colegio de los Jesuitas, donde los viernes del mes de mayo desfilábamos por el pasillo, hacia una imagen de la Virgen, que estaba al final del mismo, y ahí depositábamos las flores que con tanto cariño nos habían preparado nuestras madres (porque estas flores las preparaban ellas). Mientras íbamos en la fila hacia la imagen, cantábamos eso de “Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María, que Madre nuestra es” sin saber bien qué significaba eso de “porfía” pero sí lo de “que madre nuestra es”.
Si recuerdo esta “peregrinación” por el pasillo del cole, es porque era un acto bonito y así nos lo parecía a todos. Disfrutábamos con ello y, no cabe duda, consiguió crear devoción y cariño hacia la Virgen María en muchos de nosotros. Era un entretenimiento, con mucha carga de profundidad, que a nadie le vino mal, todo lo contrario, en todo caso a más de uno, en el tiempo, nos ha venido más que bien y hemos encontrado en María esa madre espiritual en la que, en bastantes ocasiones, nos hemos acurrucado.
Me encanta leer estos días algunos periódicos (porque no todos publican este tipo de noticias) que reflejan en sus páginas las tradiciones populares, la devoción a la Virgen, el cariño a la Madre y que muestran las peregrinaciones de las gentes de los pueblos, que acuden con verdadera fe, a los santuarios marianos. La zona media a Ujué, el norte a Roncesvalles, la Ribera al Yugo, Estella al Puy… son claros ejemplos de que las creencias particulares y la tradición van por delante de los juegos políticos y desmanes laicistas de estos últimos tiempos, superando así, con creces, la altitud de miras de algunos dirigentes políticos que se empeñan en negar la evidencia.
Disfruto escuchando a esos romeros anónimos cantarle la salve, la aurora o la jota, a la Madre de su pueblo, a su Virgen, a María, a la Única, la de todos. “Salve Regina, mater misericordie…”, “Es morenica y galana…”, “Más que a nadie en este mundo, a una madre hay que querer…”, “Tomad Virgen pura, nuestros corazones…”, y me emociona sobremanera la letra compuesta por M. Arrechea y el P. Valeriano Ordoñez que recoge el sentir de todo un pueblo que ama a sus Patronas como ninguno:
De tanto mirar al cielo,
tiene los ojos azules, mi Navarra, la que quiero.
la virgen de Roncesvalles, Paz, El Villar, Soto y El Puy
De tanto mirar al cielo,
tiene los ojos azules, mi Navarra, la que quiero,
la virgen Real, Camino, Rocamador y la de Ujué.
Tiene los ojos azules, tiene los ojos azules, mi Navarra, la que quiero,
Eunate, Musquilda y Nieves, Jerusalén, Leire y Codés.
De tanto mirar al cielo.
Me parece importante y necesario mantener estas tradiciones, en los colegios, en las Parroquias y en los pueblos y favorecer la espontaneidad de nuestros niños y niñas, de nuestras gentes, para que, en su libertad individual, testimonien, si así lo desean, su fe y su amor a la Virgen sin que nadie se lo prohíba o dificulte. Los que somos partidarios tenemos que impulsar, sin complejos, que así se haga y pregonar a los cuatro vientos que somos creyentes y que queremos a la Virgen María, la madre de Dios. Y debemos hacer llegar este mensaje, de una forma u otra, siempre con respeto, a nuestros dirigentes municipales y forales, para que sepan qué es lo que pensamos y queremos los ciudadanos.
Dejémonos del qué dirán, no nos avergoncemos de ser lo que somos. Las romerías no son ñoñerías, ni actos de unos pocos, ni de grupos sectarios o raros. Son la realidad de un pueblo, la expresión del clamor popular de cariño y admiración hacia Ella, nuestra Madre. Son parte de un pueblo que sabe lo que quiere y no se deja engatusar, manipular ni engañar.
Es mayo… vayamos con flores a María, que Madre nuestra es.