• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / Desde la década de 1990 realiza entrevistas para el periódico El Mundo.

El poder y venir llorado

Por Esther Esteban

El otro día recordaba El Mundo que cuando Álvaro Nadal nuevo ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital llegó a la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno, a finales de 2011 ordenó a su equipo aplicar lo que él llamaba "la política de los tres carteles" a todo gran empresario o lobby que apareciera por Moncloa.

Su primer cartel es "aquí se viene ya llorado de casa". El segundo, "no hay pasta pública para nadie". Y el tercero, "los costes de la crisis se reparten entre todos". Este, según relataba el colega que escribía el artículo, ha sido el mensaje permanente del nuevo ministro al Ibex y de ahí que las empresas eléctricas ni de telecomunicaciones -que le tienen como un tipo correoso e incómodo- no estén especialmente contentas con el nombramiento.

Me llamó la atención el artículo por lo que tiene de relevante en la elección de un perfil u otro, a la hora de llevar las riendas de los distintos departamentos del gobierno sea en la Moncloa, en los ayuntamientos, las comunidades autónomas, o en el liderazgo de los partidos políticos.

Aunque ideológicamente los dirigentes sean afines y, en teoría, todos deban dar cumplimiento al programa electoral con el que su partido concurre a las elecciones, cada uno le pone su impronta personal al cargo y muchas veces es eso lo que marca una gestión y el éxito o fracaso de la misma.

Nuestros políticos tienen perfiles variados, edades diferentes, son de generaciones distintas, de ideologías opuestas, pero si tomamos como referencia la última encuesta del CIS ni uno de los líderes de los principales partidos merece el aprobado de los ciudadanos y eso merece una reflexión.

Albert Rivera es en todo caso el mejor valorado, pero tampoco llega al 4 y su popularidad puede ir en descenso si pierde, como parece que está ocurriendo, la espontaneidad que tanto atraía a los electores cuando dio el salto a la política nacional.

Últimamente está serio, se muestra mucho más tenso, en apariencia esquivo y sólo atiende entrevistas en televisión o, en menor medida en la radio, como si la prensa escrita o de internet le empezara a producir urticaria.

"Llevamos meses con todas las entrevistas para los periódicos paralizadas" te dice su responsable de comunicación dando por hecho que eso es una explicación, cuando en realidad es una excusa. No hace tanto que no era necesario acudir a intermediarios para entrevistarle y precisamente en eso, en que era un político accesible, con una frescura y una transparencia inusual en la cosa pública estaba en parte el secreto de su éxito. Si eso lo pierde, también estará perdiendo la perspectiva.

Y si de talante y cercanía se trata incluso dentro de las las mismas ideologías hay diferencias. Según el CIS el líder de Izquierda Unida, Alberto Garzón, supera en valoración a Pablo Iglesias dentro de sus seguidores. Los votantes de Unidos Podemos puntúan a Garzón con un 7,14, mientras que a Iglesias con un 6,93 y eso tiene mucho que ver con la puesta en escena de ambos.

Por otro lado, Mariano Rajoy, es de las cuatro primeras fuerzas políticas el mejor valorado entre sus votantes. A Rajoy los suyos le puntúan con un 6,98. Le sigue Iglesias, después Albert Rivera (que obtiene un 6,65) y el último, Pedro Sánchez -todavía en la secretaria general cuando se hizo la encuesta-, al que los suyos daban una puntuación con un 6,41.

Sea como fuere no es lo mismo optar por el "aquí se viene llorado" que aguantar que te lloren en el hombro aunque el resultado final sea idéntico y las conclusiones las mismas. Las formas en el juego de la política son muy importantes y solo los que tienen poder de verdad pero dan la apariencia de no tenerlo, porque se muestran cercanos al común de los mortales son auténticos líderes. Es difícil pero no imposible ser poderoso y no sentirse como tal y eso requiere inteligencia, habilidad y maestría.


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