• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión /

Religión y postureo

Por Fermín Alonso

Algunos partidos y responsables políticos tienen una asombrosa querencia por atacar todo lo que suene a religión católica, les suena viejuno.

El alcalde Joseba Asirón durante la procesión de San Saturnino. MIGUEL OSÉS
El alcalde Joseba Asirón durante la procesión de San Saturnino. MIGUEL OSÉS

Que los cuatripartitos de Pamplona y Navarra son irregulares conglomerados de contradicciones e incoherencias no es ninguna novedad. Que tienen un problema muy gordo con la libertad de las familias para elegir la educación de sus peques, es una obviedad. Sin embargo, ambas cuestiones son noticia estos días.

El martes, la consejera de Educación del Gobierno de Navarra, María Solana (PNV), tuvo un día ajetreado. En la misma sesión parlamentaria explicó que siete colegios de la Ribera y de la Zona Media van a comenzar a impartir clases de religión islámica y, poco después, detalló cómo trabaja en reducir al mínimo las clases de religión católica.

Me parece estupendo que si existe una demanda suficiente, se garantice el derecho de las familias a recibir clases de religión islámica. Estupendo. Igual que quien no tiene unas creencias religiosas definidas o que simplemente no las tiene, tenga la posibilidad de dedicar ese tiempo a otra optativa. Lo digo por aquellos que a estas alturas de texto ya estaban encendiendo la hoguera tuitera para tacharme de islamófobo o vaya usted a saber qué. Agua.

Pero, ¿por qué a la vez que se garantiza la opción islámica, se pone en cuestión la presencia de una parte esencial de la cultura europea y de las creencias de miles de navarros en el sistema educativo público y concertado?

Algunos partidos y responsables políticos tienen una asombrosa querencia por atacar todo lo que suene a religión católica, les suena viejuno, mientras que tomar medidas en favor de la religión islámica les parece lo más moderno del mundo. Es cuestión de postureo.

Pero puestos a posturear, al menos seamos coherentes. Vamos, digo yo.

Puedo pensar que está equivocado, pero uno es muy libre de no participar en actos religiosos y no pisar una misa como responsable político, pero luego queda raro asistir a una celebración en una mezquita o felicitar el final del Ramadán.

Aunque el premio a la incoherencia, para variar, se lo lleva Asirón que no asiste a la misa del 7 de julio y aprovecha ese rato para tomarse unos huevos fritos con chistorra y chistera, porque lo otro es algo muy religioso; pero luego recorre el Casco Viejo en procesión detrás del Santo y del Obispo, que como todo el mundo sabe es una cosa de lo más laica.

El absurdo llega al punto de intentar celebrar de forma laica el día de nuestro patrón; ponerse el chaqué y la chistera para ir a la Iglesia de San Saturnino, a escasos metros del Ayuntamiento, para a continuación no asistir a la tradicional misa que mantiene el voto de la ciudad al santo firmado nada más y nada menos que allá por 1611.

El colmo del disparate fue la propuesta de Aranzadi e IE de cambiar la procesión de San Fermín por el “Desfile del Día Grande de las fiestas de la ciudad”.

En mi opinión, nos iría mejor a todos si tratásemos estos temas con menos ismos y más normalidad.

Hay que aceptar que la religión, guste a algunos más y a otros menos, forma parte de los principios que conformaron las sociedades y culturas. Es un hecho objetivo. Todas ellas, no sólo la occidental, están fuertemente impregnadas por su religión.

En nuestro caso, nadie puede dudar de la tradición judeocristiana de Europa o de su entronque en la cultura navarra. Tampoco de la influencia grecorromana o del espíritu germánico. Basta darse un garbeo por los pueblos de nuestra tierra, me da igual norte o sur, y por sus fiestas.

Al margen de ello, también es parte del día a día de miles de personas que no tienen por qué sentirse huérfanos de representación institucional o, en el peor de los casos, ofendidos e incluso atacados por sus administraciones.

Uno es alcalde, presidente o consejera de todos y a tiempo completo. Igual que no hace falta ser un amante del tenis de mesa para asistir a una entrega de premios y demostrar así afecto y cercanía hacia los ciudadanos que disfrutan de un buen partido de 'ping-pong’, tampoco debería haber problema en representar a miles de personas asistiendo a una misa. A nadie se le exige que rece el Padre Nuestro o que comulgue, bastaría con ir y mostrar un mínimo de respeto.

El problema es que los cuatripartitos de Barkos y Asirón han decidido gobernar sobre todos los navarros y pamploneses, pero representar sólo a unos pocos. Y creen que les queda moderno y que les da votos esa ridícula obsesión por atacar o perseguir cualquier rastro de lo que es, como digo, parte de nuestra cultura y de nuestras tradiciones.

Sería mucho pedir que tuvieran la altura de miras de Sadiq Khan, alcalde de Londres y  musulman, que eligió para jurar su cargo la Catedral de Southwark. “Lo hice para marcar el comienzo de una alcaldía para todos los londinenses y todas las comunidades”, dijo el entonces Khan. Ay, qué envidia de primer edil.

Los alcaldes, las presidentas, no son los dueños de las tradiciones de una ciudad, ni de las creencias o la educación de miles de familias.

Tener cinco concejales no le da derecho a nadie a querer borrar de la noche a la mañana, siglos de cultura. Al contrario, dirigir una ciudad te convierte en responsable de todo su patrimonio, el material y el inmaterial, y en promotor de su convivencia. El postureo exagerado por un puñado de votos, además de ridículo y sobreactuado, resulta sobre todo irresponsable.


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