El 15 de noviembre de 2016 el Ayuntamiento cedió a los partidos de la oposición y rescindió por fin el acuerdo que mantenía con los okupas del chalé de Caparroso. La mañana siguiente amaneció con el Casco Antiguo lleno de pintadas contra el alcalde y en favor del Gaztetxe que milagrosamente apenas duraron un par de horas. Otras, sin embargo, no corren la misma suerte.
Llegó el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, el pasado sábado a Navarra como vienen los agentes del Athletic a llevarse a los chavales de Tajonar para poder presumir de cantera y de Lezama; no sólo con esa chulería tan bilbaína que resulta hasta simpática, sino con la superioridad de quien se cree mejor que los del pueblo; con aires de conquistador, vaya.
Este miércoles mis compañeros de UPN en Orkoien se despertaron con la noticia de que los de siempre habían atacado con pintadas su sede: varias esvásticas hechas con un spray y una amenaza evidente: “El fascismo se cura matando”.
Del histórico colapso de Pamplona por la nevada del miércoles hemos aprendido que un gobierno puede reaccionar con discursos muy diferentes: decir que todo se ha hecho estupendamente, celebrarlo (sí, sí… ¡celebrarlo!), interpretar falsa sorpresa por lo sucedido, tomárselo a risa o aprovechar para sacudir a la oposición. Todo menos reconocer errores, obviamente.
Conviene parar de vez en cuando; bajarse del voraz y loco día a día, echar la vista atrás por un momento para recopilar todo lo ocurrido durante los últimos dos años y medio y ver el debate actual con más perspectiva. Más allá de los rifirrafes diarios, en Pamplona existe un evidente choque de modelos de ciudad.
Después de que Chapu Apaolaza haya sido fichado por el Canal Toros de Movistar TV, Asirón está haciendo méritos para que le den un programa de decoración junto a los hermanos Brown en el canal Divinity, ser presentador de una sección de Bricomanía o para protagonizar el próximo anuncio de Ikea Barakaldo. No hay otra explicación razonable.