Falta un mes para que el siguiente relato ocurra en la dura realidad, y no en la ficción que se refugia en las esperanzas de que aún queda un mes para el milagro.
- martes, 03 de diciembre de 2024
- Actualizado 14:34
Falta un mes para que el siguiente relato ocurra en la dura realidad, y no en la ficción que se refugia en las esperanzas de que aún queda un mes para el milagro.
Cuando, el próximo 29 de abril, el Rey tenga que declarar que todas las hipótesis de acuerdo se han perdido y hay que convocar nuevas elecciones, un aroma de fracaso colectivo se extenderá por la nación. Solamente quedará el 'tamayazo' o el 'puigdemontazo', el salto en el trapecio que poco tendrá que ver con la democracia y con lo que dijeron los electores aquel 20 de diciembre de 2015 -¿recuerda usted? Cuánto tiempo ya_, cuando, ilusionados ante el cambio previsible, se lanzaron, nos lanzamos, masivamente a las urnas. Ya veremos cuántos repiten, repetimos, el 26 de junio, llegado el caso, porque no hace falta consultar trabajo demoscópico alguno para percibir el enorme desencanto de los españoles con su clase política, un desencanto que, al parecer, solamente esa clase no percibe en toda su magnitud.
Regresamos de unas vacaciones que, acaso más que nunca, han supuesto un paréntesis para el respiro de aire fresco y el olvido, y el panorama es el mismo que cuando nos fuimos: que si Mariano Rajoy va a llamar a Sánchez; que si Sánchez se va a entrevistar, a solas y sin Albert Rivera, que menudo papelón le están obligando a hacer, con Pablo Iglesias; que si Pablo Iglesias está más o menos cerca de Errejón que Susana Díaz de Pedro Sánchez; que si los 'barones' del PSOE quieren aplazar el congreso del partido -para el que falta, en teoría, menos de mes y medio_ y, en cambio, otros en el Partido Popular quieren acelerar su propio cónclave, en la esperanza quizá de echar a Rajoy; que si Rajoy dice que pierdan toda ilusión, que de irse, nada.
Cansino, lo sé. Desalentador. Y, mientras, el presidente del Gobierno en funciones prepara su propia ofensiva 'interna', que pasa incluso por suspender un viaje oficial a Washington, como el Rey ha tenido que suspender, por la situación política interna, una visita oficial a Japón. Y, mientras también, el secretario general del PSOE planifica su propia supervivencia, que no todos parecen desear en su partido, y estoy a punto de decir lo mismo sobre Podemos, a menos que Iglesias y Errejón hayan procesionado juntos en esta semana de pasión(es) bajo capirotes ocultos, sin que nos enteremos, que ya se sabe que aquella transparencia prometida ni está ni se la espera.
Triste todo, y algo ramplón, cuando la estrategia diseñada en Moncloa pasa por lo que, dentro de una semana, vaya a anunciar Mariano Rajoy en el programa de Jordi Évole en una televisión que no es muy amiga. O cuando la táctica socialista pasa por dar un golpe de mano al programado congreso federal, que ya va -lo mismo que le ocurre al PP, por supuesto_ incumpliendo de largo sus propios plazos. O cuando dos líderes de una de las formaciones emergentes andan pendientes de los mensajes que el otro pueda enviar por Twitter. Y repito: entretanto, que esperen Washington, Tokio, Londres, Berlín, Bruselas y hasta la inoperante ONU, si hace falta, hombre. Que aquí estamos decidiendo si este año va a ser otro espléndido período de campañas electorales trufadas de aplausos de los propios: junio, generales; octubre, las vascas -mucha atención a los planes de Urkullu, que sigue siendo uno de los más sensatos en la plaza_ y las gallegas -maaadre mía, las gallegas. Quo vadis, Feijóo-; y quién sabe si hasta, en los próximos meses, otras catalanas, porque el clima allí se va a volver irrespirable, más irrespirable, quiero decir.
Le confieso a usted que uno afronta este retorno -que no es sino más de lo mismo - con cierta pereza intelectual y con un insoslayable decaimiento moral. Nada hay más triste que poder prever las catástrofes, porque, a veces, las catástrofes se empeñan en anunciarse a sí mismas, benévolas, para ver si alguien las pone remedio. Lo que ocurre es que, cuando los dioses quieren perder a los hombres, primero los ciegan. Y es entonces cuando, colectivamente, ordenadamente, hasta contentos, se dirigen al abismo que ya no ven, pero que presienten. Pues eso: que el espectáculo recomienza.