• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / Periodista. Director de Comunicación y Marketing del Consejo General de la Abogacía Española.

Terrible Semana Santa

Por Francisco Muro de Iscar

Pocas Semanas Santas tan terribles como ésta. Y, sin embargo, pocas tan cercanas a la cultura cristiana, al mensaje de Dios, a la fe sobre la que se construyó Europa hace muchos siglos.

Empezó mal, con el rechazo de la Unión Europea a los refugiados, a los que piden asilo, a los que huyen de guerras, persecuciones y muertes seguras. Olvidados de esas fotos de los niños muertos en las playas del Mediterráneo, convertido en el mar de la muerte. La Europa de los Derechos Humanos, de la fraternidad, del Padre Nuestro, expulsando a los desesperados a un país, Turquía, donde ni hay derechos humanos ni libertad ni democracia. Cambiando la tranquilidad por millones de euros, la "seguridad" por una promesa de acoger a ese país en la Europa de las libertades. De espaldas a la verdad, a los convenios firmados libremente, a la acogida obligada, al derecho a elegir un lugar seguro donde vivir. Europa renunciando a sus principios y cerrando fronteras, después de haber luchado durante años por derribarlas todas. La Europa, premio Nobel de la paz, abdicando de sus raíces, violando sus creencias.

Como ha dicho el Papa Francisco, hace dos mil años Jesucristo sufrió la misma infamia que sufren hoy los refugiados: la indiferencia de los poderes públicos que se lavaron las manos, la condena injusta a muerte, que es la misma que están recibiendo hoy los que son condenados a estar en tierra de nadie, sin derechos y sin futuro. "¿Quién de nosotros, ha dicho el Papa, ha llorado por la muerte de tantos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier salida para mantener a sus familias? ...La ilusión por lo insignificante, por lo provisional, nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, hacia la globalización de la indiferencia".

Esta indiferencia y la realidad de que nadie asume sus responsabilidades con la injusticia en el mundo, pueden convertirse en algo mucho más grave y preocupante tras los terribles atentados de Bélgica. Nada importará que los terroristas suicidas sean belgas, educados en Europa, y no naturales fanatizados de un país islámico. Nadie reclamará a Naciones Unidas y a los gobiernos europeos por no actuar allí donde nacen todos los males. Nadie reclamara que se ponga fin a las guerras que obligan a millones de hombres, mujeres y niños a huir. Nadie reclamará que se invierta en esos países donde la miseria es el sueldo de todos y evitar así que tengan que venir a un continente donde nos sobra casi todo. Casi nadie se quejará del discurso creciente de que hay que limitar las libertades para reforzar nuestra seguridad. O de que otros alienten el odio al Islam, como si todos los musulmanes fueran terroristas.

Hay que construir otro mundo. Hay que hacer otra política. Hay que trabajar, unidos, por los demás, por el bien de todos. Hay que eliminar el odio, que nunca ha construido nada duradero y poner Amor donde no existe. Ese mensaje de hace 2.000 años acabó con Cristo crucificado. Hoy seguimos crucificando a los inocentes y escondiendo nuestra responsabilidad. Semana de Pasión. Para reflexionar y vivirla en serio.


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