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Opinión /

Las armas y la sociedad

Por Gustavo Galarreta

La Loche, una pequeña comunidad del norte de Canadá, ha saltado a las portadas internacionales por ser el lugar elegido por un joven para abrir fuego contra los estudiantes del centro de secundaria de la localidad, con el resultado de cuatro muertos y varios heridos. 

No es la primera ni la última vez que este tipo de hechos son noticia y no solo en norte América como nos creemos, es por eso que sería conveniente intentar analizar los posibles factores que desencadenaron tan espeluznante episodio.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) por Amok se entiende: "un episodio aleatorio, aparentemente no provocado, de un comportamiento asesino o destructor de los demás, seguido de amnesia y/o agotamiento. A menudo va acompañado de un viraje hacia un comportamiento auto-destructivo, es decir, de causarse lesiones o amputaciones llegándose hasta el suicidio". El caso más estudiado y analizado fue el del Instituto Columbine en el año 1999 con el resultado de 15 fallecidos y 24 heridos.

En Psiquiatría, por “Síndrome Amok” hasta fechas recientes se conocía a una “dolencia ligada a la cultura que consiste en una súbita y espontánea explosión de rabia salvaje, que hace que la persona afectada corra locamente y, armada, ataque, hiera o mate indiscriminadamente a las personas y animales que aparezcan a su paso, hasta que el sujeto es inmovilizado o se suicida”. La definición fue gestada por el psiquiatra americano Joseph Westermeyer, en 1972. Según los psiquiatras, el ataque homicida va precedido por lo general de un período de preocupación, pesadumbre y depresión moderada. En algunos de los casos recientes, los autores anuncian con antelación los ataques, mediante amenazas de viva voz, escritas o a través de Internet.

Tras el ataque, tal y como describe la OMS, la persona queda exhausta, a veces con una amnesia completa y, eventualmente, acaba suicidándose. Según los expertos todo empieza, con un sujeto más bien tímido y apocado, que sufre una experiencia traumática que no puede soportar. Puede ser un desengaño amoroso, una humillación o, simplemente, una terrible envidia por agravio comparativo. En todo caso, la sensación es tan insoportable que la persona no puede resistir el sufrimiento sin hacer nada. Como suele ser un individuo solitario y algo acomplejado, no reacciona enseguida. Después de darle muchas vueltas, concluye que la única salida es un acto violento contra otra persona o contra sí mismo. La rabia y la impotencia acumuladas encuentran finalmente su encaje en un proyecto, en un plan. La relación de las víctimas elegidas con la causa del trauma original puede ser mínima o inexistente, pero, de todas maneras, la tensión del sujeto desaparece a partir de la decisión criminal. Con toda serenidad, empieza a preparar cuidadosamente la operación a llevar a cabo, cuidando todos los detalles y previendo las dificultades. Si en algún momento surge la duda, la angustia reaparece, momento en el cual puede replantearse la situación y detener el proceso. Sin embargo, si el plan cristaliza en su mente, llega a un punto en el que su desarrollo se vuelve imparable. El fenómeno es antiguo, lo que es nuevo es que suceda cada vez más en países desarrollados.

Estos monstruos suelen tener un perfil similar, casi todos ellos provienen de familias bien situadas, viven en ciudades pequeñas y tienen fama de excéntricos, muchos han  sufrieron acoso en la escuela. El aislamiento personal  es una de las circunstancias que se repiten en los autores de los asesinatos; ante la impotencia nacida de una ineficacia social, estos individuos se refugian en un mundo interior, muchas veces relacionado con el cine, videojuegos, cómics, Internet y otros ámbitos de diversa naturaleza. Un experto aseguraba que “estos individuos pueden sumirse en el reino de los juegos de ordenador e ir escalando niveles, algo que no consiguen en el mundo real”. Es por eso que  se acostumbran a la violencia virtual, no es que estos jóvenes no tengan emociones, pero poco a poco van aislando su afectividad. El síndrome de Amok, tal y como aparece en la actualidad, está estrechamente relacionado con los medios de comunicación y su capacidad global de difusión.

Para poder prevenir estos episodios son muchos los estamentos que se encuentran trabajando, pero es el conjunto de la sociedad el que tiene que perder el miedo a identificar los distintos indicadores que pueden ayudar a identificar a los posibles autores de hechos tan terribles con los ocurridos en Oregón. El estudio de los autores de los casos Amok nos indican: No existe un perfil definido, solamente algunas coincidencias. Su edad es variable, aunque la mayoría son jóvenes (asesino adolescente).Tampoco pertenece a un determinado nivel social. Los perfiles psicológicos de los autores coinciden en; una persona que siente un profundo malestar y una ruptura con la sociedad, tiene dificultad de establecer relaciones sociales, sus actos suelen ser una venganza contra la sociedad, busca castigar a las víctimas, actúa con calma y con la mente fría, busca la fama, afán de notoriedad, termina suicidándose. Bien directamente o bien mediante un “suicidio provocado”, consistente en una carga suicida contra la policía. Raras veces se entrega a la policía tras los asesinatos (una excepción sería el caso del asesino de la isla de Utoya). Es trabajo de toda la sociedad trabajar desde todos los ámbitos para evitar episodios como los ocurridos en esta pequeña localidad Canadiense.


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