• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión /

El abrazo del oso bolivariano

Por Jaime Ignacio del Burgo

En 1978 nos unimos la inmensa mayoría para que España dejara de ser diferente y se convirtiera en una democracia avanzada. Cuarenta años después caminamos hacia el abismo.

Pablo Iglesias y Pedro Sánchez se abrazan tras llegar a un acuerdo de Gobierno. EUROPA PRESS
Pablo Iglesias y Pedro Sánchez se abrazan tras llegar a un acuerdo de Gobierno. EUROPA PRESS

En 1978 nos unimos la inmensa mayoría para que España dejara de ser diferente y se convirtiera en una democracia avanzada. Cuarenta años después caminamos hacia el abismo.

Dijo Pedro Sánchez: “Ni antes ni después pactaré con el populismo. El final del populismo es la Venezuela de Chávez, la pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de  democracia y sobre todo la desigualdad”.

Y también son suyas estas palabras rechazando el pacto con Iglesias: “Yo sería presidente del Gobierno. Y sería un presidente del Gobierno que no dormiría por la noche. Junto con el 95% de los ciudadanos que tampoco se sentirían tranquilos”.

Pues bien, Sánchez ha decidido sentirse tranquilo con Pablo Iglesias, su futuro vicepresidente, el líder profesional del populismo, y no le importa provocar el insomnio de ese 95% de ciudadanos. Ya no le quita el sueño acostarse con quien así loa al inmortal Chávez: "Hay figuras políticas cuyo peso y transcendencia van mucho más allá de la biología. Hugo Chávez Frías ha dejado de existir, pero Chávez hace mucho tiempo que dejo de ser él mismo para convertirse en uno de los principales motores del cambio en América Latina. (…) Chávez es ya Bolívar y cabalga como estandarte y referencia de su patria grande. Los seres humanos nacen y mueren tarde o temprano. Pero los mitos, cuando se encarnan en un pueblo, se hacen inmortales. Ya lo dijo un venezolano llamado Hugo Chávez Frías: 'Chávez no soy yo, Chávez es el pueblo" (11 de marzo de 2013).

Sánchez en las dos campañas electorales de 2019 pasó por Pamplona y se autoproclamó como el “único garante del régimen foral de Navarra”. Por el contrario, Iglesias, su futuro vicepresidente, dijo en la Herriko Taberna de Pamplona dirigiéndose a los bildutarras allí presentes: “Cuando finalmente os vayáis [de España] y decidáis como pueblo, os echaremos mucho de menos”.  Justificó que llevaba una insignia con la bandera republicana porque “es la bandera de los españoles que defendemos el derecho de autodeterminación”.

Dijo también que la transición y la Constitución no son más que un siniestro aparataje “lampedusiano” (hay que cambiarlo todo para que todo siga igual) para mantener el franquismo. Y añadió: “Quien se dio cuenta de eso desde el principio fue la izquierda vasca y ETA. Por mucho procedimiento democrático que haya, hay determinados derechos que no se pueden ejercer en el marco de la legalidad española, por mucho procedimiento democrático que haya, por muchas cosas que diga la legalidad española”. De modo que para Iglesias los asesinos de la banda etarra tenían razón.

El populismo de Podemos es marxismo-leninismo en estado puro, su objetivo es la destrucción del actual sistema constitucional y del modelo de economía libre para trasplantar a España el régimen venezolano bolivariano, del que se enorgullece Iglesias de haber sido asesor y del que han recibido pingües compensaciones y que como. Lo que Iglesias no podía soñar es que iba a poder aplicar su pensamiento revolucionario desde el poder y con una representación popular de tan sólo el diez por ciento del Parlamento, después de dar el abrazo del oso a su eterno rival Pedro Sánchez.

Por otra parte, Sánchez necesita el apoyo –expreso o tácito– del independentismo catalán. En la mesa de negociaciones con el neofacismo catalán de la imposición y la persecución todos cuantos no asumen el pensamiento único y son por eso traidores a la patria catalana, se sentará en nombre del Gobierno de España, Pablo Iglesias, el mismo que defiende la autodeterminación de Cataluña, no condena la violencia callejera y exige la liberación de los condenados por sedición.

En cuanto al independentismo vasco ya sabemos lo que pretenden el PNV y Bildu: autodeterminación, relación confederal con España, práctica expulsión del Estado del País Vasco y reconocimiento de una nación llamada Euskal Herria, de la que Navarra dicen ya forma parte, y tiene al euskera como elemento de identidad nacional, sin olvidar la excarcelación de los miembros de ETA que cumplen condena por su conducta criminal. Si Sánchez llega a un acuerdo con el PNV del brazo de Podemos insuflará oxígeno a Geroa Bai, que acaba de sufrir la mayor derrota electoral de toda su historia con una representación irrelevante. Visto lo visto, ¿podemos confiar en el compromiso de Sánchez de que él es el único garante del régimen foral? ¿Se plegará a la petición de ese 3,8% obtenido por la sucursal del PNV en Navarra y autorizará mociones de censura contra las alcaldías de Navarra Suma con el apoyo de PSOE, GB y Bildu y otras formas de integración? ¿Aceptará la búsqueda de fórmulas de camuflaje que permitan la inserción de Navarra en Euskal Herría? ¿Admitirá la existencia de una nación con tal denominación?

Las elecciones han puesto de manifiesto que Pedro Sánchez eligió el momento de la exhumación de Franco con una clara intencionalidad política. Pretendía frenar el ascenso del PP que pronosticaban todas las encuestas y sabía que este gesto y la parafernalia guerracivilista que anunció la Notaria Mayor del Reino iba a provocar el enfado de mucha gente que decidió votar a Vox. Justificar ahora el pacto con Iglesias porque existe un riesgo de involución política antidemocrática, algo que es radicalmente imposible por mucha gresca que se arme en el Congreso por la confrontación entre los dos extremos, resulta una excusa ridícula y cínica.

Si hubiera querido podría haber llegado a acuerdos de Estado con el PP. Lo que no puede pretender es que los “populares” le faciliten la investidura con un cheque en blanco para que luego pueda hacer de su capa un sayo y gobernar con sus socios “preferentes” que son los populistas y algunos de los independentistas catalanes y vascos. Lo cierto es que ha preferido entregarse a populismo antidemocrático y antisistema que pactar con “las derechas”.

El líder de la formación que no ha condenado sino todo lo contrario los desmanes de la sedición institucional catalana se va a sentar en el Consejo de Ministros que antes de tomar posesión deberá prestar juramento o promesa de cumplir y hacer cumplir la ley y con pleno respeto a la Constitución.

Lo único positivo del resultado de las elecciones del 10 de noviembre es que ha entregado la llave de cualquier reforma constitucional al Partido Popular y tampoco el tándem Sánchez-Iglesias podrá renovar a su antojo el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial.


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