• martes, 10 de diciembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

A cámara lenta

Por Javier Ancín

Cámara lenta, ¿antes de que se inventara ese recurso cinematográfico la gente también recordaría los episodios traumáticos sufridos a cámara lenta?

Es un obra impactante, pero hay que leerla, aunque sea verano. No todo va a ser risas y ligerezas, cervezas a orillas del mar y selfis con tu careto anodino en primerísimo primer plano de 'aquí, sufriendo'. Es un memento mori como otro cualquiera, aunque este memento mori no sea natural sino fruto del fanatismo, intento de memento mori: siempre hay un hijo de puta dispuesto a hacerte daño porque le molesta que no pienses como él, que no piensa nada. Todo en él es consigna de otro, odio de otro, furia de otro, intento de asesinato de otro. No tiene ni la originalidad de un odio propio, una furia propia, una consigna elaborada por el mismo.

Pero hoy me he fijado en otra cosa, es verano y el calor todo lo ralentiza de forma casi poética. La lentitud como literatura, lo lento como arte en sí mismo.

Leo la descripción que hace Salman Rushdie en su libro, Cuchillo, del apuñalamiento que no lo mató de milagro y explica un clásico, que lo recuerda todo a cámara lenta. Cómo el asesino corre hacia él, a cámara lenta, cómo lo recibe de pie, tratando de protegerse alzando la mano izquierda para parar el golpe, a cámara lenta, en la que recibe una primera cuchillada, también a cámara lenta.

Cámara lenta, ¿antes de que se inventara ese recurso cinematográfico la gente también recordaría los episodios traumáticos sufridos a cámara lenta?

Hago memoria… recuerdo los míos. Aquel accidente ya lejano que sufrí cuando una fuga de gas inflamó el salón en el que estaba desayunando, con parsimonia extendía la mantequilla en la tostada, y que casi nos cuesta la vida. No lo recuerdo a cámara lenta. Más bien al contrario, acelerado todo, como x2. El salto frenético que pegué tirando la mesa y sus tarros de mermelada para ponerme de pie, los tres o cuatro pasos que di como un latigazo para llegar y arrancarle la ropa ardiendo a la persona que un segundo antes compartía conmigo las vacaciones y un segundo después estaba envuelta en llamas. La lentitud vino después, meses de convalecencia que no han terminado nunca.

Sí que recuerdo a cámara lenta un choque con otro ciclista en un camino cuando el animal de él entró en la curva ciega completamente enloquecido y me dio de lleno, haciéndome despegar sobre el manillar. Recuerdo ese vuelo eterno, más que suspendido tumbado en la nada, como si no fuera a caer nunca. Seguía escuchando la conferencia de António Muñoz Molina por los auriculares mientras flotaba, como en una cama que no existía en la que pudiera hasta girarme y meter el brazo bajo la almohada que no había para darle más volumen, como me gusta para apoyar la cabeza. Me podía haber quedado dormido en esas milésimas de segundo.

Recuerdo caer sobre la pista de cemento y recuerdo la sangre en las heridas y los dolores en brazos y piernas y costado, incluso, a pesar de llevar casco, en la cabeza, que me aturdió como si me hubieran metido un puñetazo… ahí sí, todo con una lentitud que parecía que había pasado una tarde completa entre la hostia primera y las abrasiones y magulladuras del aterrizaje posterior.

Lo paradójico de la cámara lenta es que se consigue acumulando muchos más fotogramas de los necesarios, es decir, se necesita una cámara que grabe a mayor velocidad, acumule más información, para conseguir el efecto contrario, que todo suceda a un ritmo mucho más ra-len-ti-za-do..

¿El cine inventó algo nuevo o se limitó a copiar la forma que tiene el cerebro de rememorar algunos episodios? A saber... en cualquier caso el tiempo y su discurrir son un misterio. Y eso es todo.

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