• viernes, 06 de diciembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

El Ayuntamiento de Pamplona es una boda cutre de pueblo

Por Javier Ancín

Las concejalas iban en general bien. Los tíos, la mayoría, hechos un adefesio. Abaurrea, el del partido de la Eta, en camiseta, y Mauleon, que tiene que tener pasta para aburrir después de una vida de sueldazos públicos, con unos vaqueros rancios.

El sábado estuve comiendo por el Baztán, valle históricamente rico donde los haya al olor del contrabando, tierra de frontera con pasta que florece en las piedras de sus palacetes que vinieron de América. O florecía, que ya no sé si es como era o ya solo es un espejismo de lo que fue: un jardín de flores... pero de plástico.

Entre mordisco y mordisco a la chuleta y sorbo y sorbo al Rioja, se nos apareció por allí una boda más como un grupo de turistas, bajando de dos autobuses, entrando en el restaurante como los japoneses atraviesan los pasillos del Prado, sin grandeza de ningún tipo, que como algo distinguido.

Por los acentos eran autóctonos, varios incluso se pararon a saludar a algún conocido de las mesas que nos rodeaban antes de acceder a su comedor reservado. Aquí, de boda, repetían... como si tuvieran que explicarlo porque no había dignidad que por sí misma les definiera. Ningún futbolista dice aquí, jugando a fútbol, porque ya se ve. Ningún bombero dice aquí, apagando un fuego, por lo mismo.

Las tías lo intentaban, seamos justos, tacones altos y bastantes rajas de la falda marcando la diagonal de sus pasos que no estaban mal pero se quedaban a medias. Algo fallaba, faltaba glamour y no porque fueran feas, alguna había mona, sino porque no se lo creían. Qué importante es la pose, mucho más que la percha.

Los tíos ni eso. Un solar, un desguace, una escombrera. Ausencia de chaquetas, corbatas, zapatos, alguna camiseta de esas que parecen oler a sudor avinagrado, prácticamente todos zapatillas y camisas, esas sí, unas cuantas, pero puestas de cualquier forma, por fuera del pantalón la mayoría. Hemos llegado a un extremo tan cutre que los tíos piensan que con una simple camisa ya es suficiente para dignificar la celebración, para hacerla hermosa, para honrar a los contrayentes.

Vivimos tiempos absurdos, tanto, que los mejor vestidos eran los camareros y lo más elegante del enlace eran los imponentes vehículos de la Baztanesa, bien conjuntados con sus tonos grises y el escudo del Valle sobresaliendo como una joya en la solapa. Unos autocares tan coquetos que podrían ser perfectamente los padrinos.

Con las copas me llegó al móvil una alerta de que ya teníamos en Pamplona alcaldesa. Cogí mi gintónic y, aprovechando que en mi mesa había una acalorada discusión sobre si era mejor ir de vacaciones a Cádiz o a Málaga, me retiré discretamente a un sillón de la terraza a fumarme un cigarro mental, para repasar las fotos de la toma de posesión.

Las concejalas iban en general bien, los tíos, la mayoría, hechos un adefesio. Abaurrea, el del partido de la Eta, en camiseta, y Mauleon, que tiene que tener pasta para aburrir después de una vida de sueldazos públicos, con unos vaqueros rancios que solo les faltaba la estela verde de humillo pestilente de los tebeos.

¿Cuándo hemos normalizado que nuestros representantes no se dignen a vestir al menos con la misma distinción que los maceros que les preceden, que los munipas vestidos de gala que les escoltan? ¿Tan poco les importamos los contrayentes, el pueblo que les elegimos, que no son capaces ni de dignificar su cargo y el dineral que cobran con una vestimenta más correcta?

Dejé de ir a bodas, por respeto a la celebración, cuando se me fueron destruyendo los trajes que tenía y no quise comprarme ninguno más. Jamás osaría ser concejal porque me daría vergüenza representar a nadie con mis pintas, que hace años que no sé ni vestir. Hay que saber dónde se está y comportarse adecuadamente, si no, no vayas, no te presentes, no conviertas el ayuntamiento de Pamplona en la boda cutre de pueblo que es hoy. Y eso es todo.

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