• jueves, 02 de mayo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

La cabina de teléfonos

Por Javier Ancín

"Cuando eres joven corres con los tiempos, hasta que los tiempos te adelantan y te quedas atrás y son otros nuevos los que corren con los tiempos. Es un poco como el encierro, el tiempo son los toros y cabestros y nosotros los corredores que solo conseguimos durante un tramo pequeño sostenerle la carrera a la manada, hasta que pasa de largo, camino de los siguientes mozos".

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Hace poco descolgué el teléfono de una cabina. En realidad tampoco era una cabina porque las cabinas murieron hace más tiempo incluso. Aunque seguimos llamándoles cabinas -como aún hoy llamamos cadena, tirar de la cadena, al pulsador de la cisterna del inodoro- las últimas fueron un poste sin puerta en el que estaba fijado el aparato.

Me había quedado sin batería y tenía que comunicarme urgentemente con una persona de la que milagrosamente me sé el número de memoria, como antaño. Me acerqué el auricular. con su cable, al oído sin mucha esperanza y, sorprendentemente, daba señal que como un flashazo me arrancó del presente para llevarme a otro mundo. Ese pitido constante me transportó al pasado con tanta rapidez como a Proust las magdalenas mojadas en té.

Saqué un euro, lo introduje en la ranura y cuando marqué el número, el sonido de la línea no se transformó en tono de llamada. Accioné repetidas veces, como en las películas antiguas, la palanca de colgar pero no ocurrió nada. El sonido era en realidad el pitido de un electrocardiograma que ya no late. Lo perdimos, me dije, como si fuera un actor que mira el cadáver de un paciente postrado en la camilla de urgencias, tras un duro combate contra el tiempo.

Me devolvió el euro y con él en la mano, resoplando, sin saber muy bien por dónde tirar, se me acercó una joven que, amablemente, me preguntó si me podía ayudar en algo. Me he quedado sin batería, le dije, y ella, después de confesarme que me estaba mirando, curiosa, cómo lidiaba con el teléfono fijo, como si fuera un abuelo con Alzheimer en mitad de la calle, mirando a izquierda y derecha sin comprender nada, me ofreció su móvil para devolverme al presente.

Cuando terminé de comunicarme me comentó que nunca había llamado por un teléfono de esos. Le devolví su móvil, se fue y yo me quedé con el 'de esos', hasta ahora que lo escribo, dándome vueltas en la cabeza.

Qué curioso, compartimos en el mismo espacio mundos que nada tienen que ver el uno con el otro. A muchos nos ilumina una estrella que ya no existe porque ha explotado y lo que para nosotros es normal, para ellos es extraordinario, como la radio de galena que tenían mis abuelos en el desván del pueblo lo era para mí.

Cuando eres joven corres con los tiempos, hasta que los tiempos te adelantan y te quedas atrás y son otros nuevos los que corren con los tiempos. Es un poco como el encierro, el tiempo son los toros y cabestros y nosotros los corredores que solo conseguimos durante un tramo pequeño sostenerle la carrera a la manada, hasta que pasa de largo, camino de los siguientes mozos.

Esa chica aún es joven y piensa que no le ocurrirá lo de dejar de ser moderna, estar a la última, pero dentro de 30 años también tendrá sus 'de esos' obsoletos dándole vueltas en la cabeza, mientras un chaval, sorprendido, le mirará curioso lidiar con algo que ya es pasado. ¿Cuáles serán? Ella aún piensa que siempre estarán ahí mero en realidad ya están desapareciendo.

¿A quien le habría llamado yo por última vez desde una cabina, sin saber que iba a ser la última vez que hiciera ese gesto tan normal, ese acto tan del presente? Es la vida... y para cuando quieres enterarte ya se ha ido, mientras le miras la espalda que cada vez es más pequeña, hasta que desaparece en el horizonte. Y eso es todo.


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