- domingo, 08 de diciembre de 2024
- Actualizado 20:04
Cómo cambia la película. Ponerse un café, disfrutar de la mañana sin resaca y ver los rezagados volver a casa como penitentes arrastrando pesadas cadenas: acaban de pasar bajo mi terraza dos dinosaurios con paso inseguro y lento, cogidos por sus garras, camino de la extinción inevitable, que daban tanta penica como ternura verlos.
Ayer eras joven y estabas en la arena del anfiteatro peleando contra elfos, fieras y astronautas y hoy te levantas pronto, después de no haber pisado antro alguno y apurar el vino de la cena viendo Cachitos tumbado en el sofá como acto más salvaje.
Lo de Cachitos también va tocando terminarlo. Una fórmula que estuvo bien cuando surgió, cuando creció, pero que ya ha perdido toda la gracia.
El año que viene habrá que buscarse otro pasatiempo para Nochevieja porque este también se ha quedado más que antiguo, directamente viejo, oxidado. De repartir estopa a todo Cristo con sus célebres rótulos en sus primeros tiempos, se han especializado en darle de hostias solo a la oposición, a los que no tienen poder, cuidando del régimen sanchista como ese lacayo que mima, hasta el empalague, a su señorito porque es quien le paga. Y quien paga, manda.
Te haces viejo como periodista, o como divertimento, cuando piensas antes en la factura del gas, en el modo de pagarla, que en disfrutar atizando a los poderosos, al pensamiento dominante social, a la ideología que se cree moralmente superior. No puedes ir a la contra con la corriente, como las truchas asalmonadas. O tienes prestigio, como el salmón, o eres trucha a la navarra, esperando que te metan cada mes la loncha de jamón entre los lomos mientras el chef te da, a su gusto, vuelta y vuelta en la sartén.
Lo pensaba ayer viendo desfilar a músicos de Hispanoamérica. Cachitos ha seguido la misma evolución que la música que se hace al otro lado del charco, que han pasado, sin entrar en temas más intelectuales como Compay Segundo, de Celia Cruz o Juan Luis Guerra a los sinsorgas de hoy. De la potencia de sus orquestas ayer, con esas secciones de viento metal tan elegantes y bailongas o esas percusiones tan ricas en matices como un cuadro de la virgen de Guadalupe, han pasado al reguetón sin instrumentos con su "amol, te lo voy a comel todo, mi señol".
Hay que saber decir adiós no solo a los años, sino también a los programas de la tele. Hasta siempre, Cachitos, te ha llegado el momento de descansar en el mismo desván de los programas que nos enseñaste. Ya te rescatarán otros dentro de algunas décadas… o no.
Dos programas de la tele convencional veo al año: el especial de Cachitos, del que ya me bajo para siempre, y el concierto de Año Nuevo que empieza en unos minutos.
Espero que al menos lo de Viena dure porque empezar el año a ritmo de la Marcha Radetzky da un subidón similar al de escuchar, en los tendidos de la monumental por San Fermín, a La Pamplonesa arrancarse con el pasodoble Pamplona, Feria del Toro, del maestro Turrillas. Dele, Thielemann, que ya es 1 de enero y ha comenzado la escalera. Y eso es todo.