- miércoles, 04 de diciembre de 2024
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Debería de oler a crema solar y a cortes de nata de Nalia pero no sé a qué huele este verano que se resiste a llegar. Hemos pasado el día más largo del año entre nubes, que es un poco como que te roben la verbena de las fiestas de tu pueblo, y la cosa no parece mejorar, que durante la próxima semana y media dice la previsión meteorológica del móvil que tendremos una temperatura máxima de solo 26ºC.
Me empiezo a parecer a mi padre con la obsesión por el tiempo -somos el agricultor que algún día nuestros antepasados fueron- que trabajaba a cinco minutos andando de casa y se veía por vicio tres pronósticos televisivos con sus anticiclones de las Azores e isobaras apretaditas cuando venia tormenta.
Se van a tener que esforzar mucho los apocalípticos del clima con sus mapas de rojos intensos casi negros para acojonar al personal. Y mira que lo intentan, campanilla en mano, paseándose entre la gente al grito de arrepentíos, pecadores negacionistas. El otro día un hombre del tiempo de la tele teñía de un inquietante amarillo anaranjado Galicia porque alcanzaba máximas de 23°C. Como en se dice Sangenjo lleguen a 25°C le plantan unas llamaradas.
A este paso no vamos a encender el aire acondicionado con los 27°C que obliga por ley la PSOE para aliviarnos. 27°C de fresquito en verano y 19°C de calorcito en invierno son las grandes contribuciones de Sánchez a la cosa del clima. Últimamente nada mejora, solamente te cambian la perspectiva para que te hagas un lío, como con la tómbola de Cáritas del paseo de Sarasate, que me tiene dislocado el cerebro.
Todo está patas arriba. Sigo sin acostumbrarme a que los boletos ahora se compren en el lado derecho y los premios se recojan en el izquierdo. Casi me mareo cuando me voy acercando a ella desde la audiencia, porque yo ya soy un viejo que sigo llamando audiencia al edificio del parlamento -como los que hasta que han ido cascando llamaban plaza del alcázar a la de Blanca de Navarra-, y entro en ese pasillo de ilusión infantil de las bicis y los balones colgando.
Pierdo perspectiva, oscilo, giro entre mis recuerdos y la realidad. ¿Qué coño pasa aquí? ¿Estoy soñando o estoy despierto? Me siento como si Nolan me estuviera dando la vuelta a Pamplona, plegándola, en una de sus películas mirando uno tras otro los reúna boleto y sorteo número 6 que voy abriendo.
Canturreo Perspectiva Nevski, la canción de Franco Battiato, y sus 30 grados bajo cero para tomar tierra de nuevo mientras me alejo de ahí con un molde para hacer bizcochos que me ha tocado. Estoy por dejárselo a Txibite y Barkos en la diputación, que tiene un aspecto horrible, por cierto, con esas ventanas reventabas sin cristales, con plásticos en su parte superior, para que dejen de hacer como que se pelean cuando todos ya sabemos que tienen el pastel del gobierno de Navarra horneado hace tiempo con la abstención del partido de la Eta y todo.
Un paripé absurdo que me ha hecho recordar, divertido, aquel concierto que estuve de los Planetas hace mil años en Zaragoza, donde un Señor Chinarro de telonero, a los 45 minutos, dijo: bueno, ahora yo me tendría que levantar, salir del escenario, vosotros decir otra-otra, yo volver haciéndome el sorprendido y ponerme a cantar de nuevo. Ahorrémonos el absurdo teatrillo, os toco tres más y me piro. Y eso es todo.