• jueves, 18 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

El cine estatal me toca la rima del Goya

Por Javier Ancín

Del cine estatal actual solo sé que la mayoría es una forma de cazar subvenciones públicas, un coto cerrado donde si triunfas por tus méritos, Santiago Segura revienta la taquilla con sus cintas familiares y lo tienen olvidado, te expulsan de la secta.

El productor Eduardo Villanueva tras recibir el Goya a la mejor película por "As Bestas" durante la gala de la XXXVII edición de los Premios Goya que se celebra este sábado en el Palacio de Congresos y Exposiciones FIBES, en Sevilla. EFE/José Manuel Vidal
El productor Eduardo Villanueva tras recibir el Goya a la mejor película por "As Bestas" durante la gala de la XXXVII edición de los Premios Goya que se celebra este sábado en el Palacio de Congresos y Exposiciones FIBES, en Sevilla. EFE/José Manuel Vidal

No he visto ninguna película del cine estatal de este año. De este año y creo que del anterior tampoco. Del anterior del anterior juraría que igual. Ni una. Me da pereza. Si no es un drama es un dramón y todo siempre con un tufillo ideológico tan pestilente, de darte la chapa, como de cura laico, que ya no tengo cuerpo para soportar. Que te esnife otro.

Puede que la última vez que fui a ver una españolada a una sala fuera la de Almodóvar, ‘Dolor y gloria’. Obviando que es una película minúscula, que hay que escarbar de forma generosa para encontrarle la chicha porque si no resulta intrascendente, me gustó, por pequeña precisamente, por sincera, porque Banderas, también despojado del exceso que le acompaña siempre en sus interpretaciones, por fin me resultaba creíble. Esas confesiones de las miserias personales de egos desproporcionados me atraen. Ese Almodóvar sin grandilocuencia, vete tú a saber si no es otro forma de vanidad, aplaudidme porque me he bajado del pedestal, me resultó interesante y atractivo.

Las últimas españolas que he visto, para que se hagan cargo, han sido Viridiana y el Crack, la de Garci con un Alfredo Landa imperial, saliéndose por la puerta grande del landismo, y aunque muy estática, una sucesión de planos fijos de cámara artrítica, se deja ver después de cuatro décadas. Y más que se dejará ver, que filma un mundo que ya no existe, y como ocurre siempre con las eras que pasan, primero se dejan de apreciar por cutres hasta que llega un instante que se transforman en clásicos y la gente se acerca a mirarlas con otros ojos más curiosos.

Me he acostumbrado a ver el cine en el móvil, confieso, y ahora para mí esperar es en vez del suplicio de antaño, las interminables colas, las salas de espera en el medico de pago, que en el público ya solo te atienden por teléfono, las conexiones en aeropuertos de tiempo indefinido, las horas interminables esperando un taxi que jamás llega en la estación de tren de Pamplona, un regalo para calzarse los auriculares y seguir mirando barra mamando secuencias. El cine para los que somos vagos es una bendición, no hace falta ni pasar las hojas, abres los ojos y tragas por ellos sin esfuerzo. Las horas muertas las resucitamos viendo pasar fotogramas.

No es que seamos cinéfilos o entendamos de forma pedante, es que hemos visto mucho cine, como todos los cuarentones, y a la fuerza, a base de ver y ver, acumulamos tantas horas de vuelo que algo de poso han dejado dentro. Sin ningún mérito, no es nada buscado, que mi generación creció en un mundo sin internet y uno de los pocos pasatiempos que había fuera de los libros era ver pelis. Y si a un mundo coñazo le sumabas haber nacido en una ciudad aún más aburrida que el propio mundo, como es Pamplona, las hemos visto todas y muchas de ellas varias veces.

Del cine estatal actual solo sé que la mayoría es una forma de cazar subvenciones públicas, un coto cerrado donde si triunfas por tus méritos, Santiago Segura revienta la taquilla con sus cintas familiares y lo tienen olvidado, te expulsan de la secta, no vayas a joderles el negocio de ganar dinero sin necesidad de que la gente compre entradas para tus películas. Y que se tienen que poner cartelitos, como este año en los Goya, para recordarse ellos a sí mismos, que ahí no entra nadie ajeno a su religión progre, que no se tienen que acosar sexualmente, que acosarse sexualmente está feo.

Aún habrá que aplaudirles por el gesto o darles más dinero público o yo qué sé. Y eso es todo.


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El cine estatal me toca la rima del Goya