- viernes, 06 de diciembre de 2024
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Está bien aprender cosas. Cosas absurdas, sin sentido, que no te harán la vida ni más fácil ni te ayudarán a ser más feliz, ni más sabio en realidad. Datos que para lo único que te pueden servir es para ganar al Trivial o completar un autodefinido. ¿Siguen existiendo los autodefinidos? Yo qué sé. ¿Sigue existiendo algo de lo que había antes? No tengo ni idea.
Hace media vida, trabajé en una oficina donde la secretaria fotocopiaba el crucigrama de Lo País y nos lo repartía a mitad de la mañana para ver quién lo completaba antes. Por aquel entonces, yo me consideraba profundamente liberal, sea en realidad lo que sea eso, lo de profundamente, y mi mayor diversión era ganarle a mi compañera de departamento, profundamente del PSOE, sea lo que sea eso también, lo de ser del PSOE.
Era una pelea política por otros medios, en campo ajeno, estimulante porque en realidad te medías contra tu propia memoria, y placentera porque no había ni que discutir. Discutir es un aburrimiento. Lo entretenido para un liberal como yo era ganarle en su estadio, con sus reglas, sus árbitros, sus negreiras. Alguna vez me ganaba ella, pero como yo siempre he acumulado por un tubo conocimiento inútil, solía hacerlo yo.
Salía del despacho agitando la hoja para ponérsela en su mesa. Lo tengo, lo tengo... anunciando mi victoria a voces, como si acabara de cantar bingo de madrugada en un salón de juego de barrio del extrarradio.
Qué fácil es tu periódico, le decía. Y ella se picaba como si estuviera en el patio del cole porque no permitía bromas sobre su biblia laica. En aquella publicación que mi compañera consideraba tan profundamente de izquierdas escribían Arcadi Espada, Félix de Azúa, Savater, Vargas Llosa, Hermann Terstch, quien incluso llegó a ser subdirector del diario... unos fachas, vamos.
Le perdí la pista cuando cambié de trabajo a esa entrañable colega y me quedé con las ganas de vacilarle un poco sobre aquella prensa tan profundamente socialdemócrata, sea lo que sea lo de profundamente y lo de socialdemócrata, que leía ella con devoción religiosa. O que paseaba, porque Lo País se ha paseado bajo el brazo, con la cabecera hacia afuera, para que se viera, mucho más de lo que se ha leído. En cualquier caso, qué tiempos más divertidos aquellos.
De aquel periódico sería hoy yo más lector que ella. Estoy convencido. Cómo van cambiando las cosas sin que nos demos cuenta. Cómo nos van llevando, moldeando, acomodando sin que seamos conscientes. En realidad algunos más que otros. Ella seguirá creyendo que está en el lado bueno de la política y del periodismo y yo ya no se ni lo que soy, más allá de un antinacionalista convencido. Considero, como el socialista Mitterrand, que el nacionalismo es la guerra, frase que pronunció en su último gran discurso, una especie de testamento político, una advertencia de quién había visto dos veces destruirse Europa por esa ideología.
¿A dónde quería yo llegar? Ah, sí, a la pieza, normalmente de hierro, que se pone en el extremo inferior de los paraguas para darle mayor firmeza. ¿A que no saben cómo se llama? Regatón. Ese es su nombre.
Me acabo de enterar pero ya la he memorizado, por si alguna vez me la encuentro de nuevo y tengo que volver a completar antes que ella el crucigrama del periódico ese que estoy convencido sigue comprando como estoy convencido de que sigue votando al Psoe. Y eso es todo.