• domingo, 08 de septiembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Las dianas sanfermineras de la Pamplonesa

Por Javier Ancín

Y ascendiendo la colina que lleva a mi casa veo el encierro en el móvil, bendito tramo de telefónica, lo que ha cambiado con los años todo esto de las comunicaciones, y me gusta compartir esta luz con la luz que es la misma que se cuela en Mercaderes en ese instante.

"Levántate pamplonica, levántate dando un brinco porque han dado ya las cinco y el encierro es a las seis", que dice la diana escrita por Baleztena, don Ignacio. Lo de la hora del encierro es un misterio. Hoy se corre cuando en el reloj en la iglesia de San Cernin dan las ocho (¿donde está ese reloj, tiene forma física o solo es una entelequia sin agujas que únicamente existe para que suene la campana?). Hubo un tiempo que se corría a las siete... ¿también a las seis, como nos cuenta esa estrofa? Ni idea.

A nuestras seis es aún de noche, lo sé porque estoy en la calle, recién levantado, esperando a los toros en la calle de la Estafeta, a más de mil kilómetros de ella, con un pulsómetro en la muñeca y el móvil en el antebrazo. Hay que saber huir de Pamplona para pasar la resaca de unos días desenfrenados, como Hemingway se iba a pescar truchas, para trabajarse el hígado a un ritmo más moderado en su caso. Es increíble la cantidad de alcohol que aparece en su novela sanferminera que en 2026 cumplirá un siglo. Para un rato de echar la caña con un amigo en el río Irati, se mete en la mochila dos botellas de vino. Después en la fonda de Burguete a mostos no irá, el colega.

Pienso en ello mientras corro, cruzándome con una hermandad de trastornados como yo -cada uno corre por un toro que lleva detrás soñando con cornearle, tan real como los toros reales que suben por Santo Domingo: la hipertensión, el colesterol, el azúcar, la ansiedad, las ganas de huir siempre en mi caso-, y veo a un pescador que tiene 10 cañas clavadas en la arena con una luz en la punta de ellas, creando un camino irreal de puntitos rojos suspendidos en la noche que ya clarea.

¿Qué esperará pescar este tío con tanta urgencia, tan industrial, de forma tan frenética, como si le fuera la vida en ello? Hemingway pescaba demonios, yo corro para espantarlos, este tío necesita sacar el mar a la tierra cada madrugada para encontrarle sentido a la existencia. El año pasado ya estaba aquí, pero no recordaba que tuviera su muro, sunparapeto, tantas cañas con su sedal tenso contra las olas del Mediterráneo.

Afortunadamente todas las noches terminan. El faro que barre el mar de Alborán, cada 4,7 segundos, se ha apagado. La potencia del amanecer es ya explosiva. Siempre vuelve a amanecer, siempre vuelve a salir el sol, siempre asciende, míralo, ahí, de nuevo... en el último recodo costero del periplo matutino lo veo y me paro, para celebrarlo: The sun also rises. Lean el libro, yo suelo releerlo cada cuatro o cinco años y aguanta muy bien. Para un premio Nobel que nos dedica una novela, bastante digna, además.

Y ascendiendo la colina que lleva a mi casa veo el encierro en el móvil, bendito tramo de telefónica, lo que ha cambiado con los años todo esto de las comunicaciones, y me gusta compartir esta luz con la luz que es la misma que se cuela en Mercaderes en ese instante. Esa luz que es la más bonita del año en Pamplona, las torres de San Cernin al fondo en un contraluz para llevárselo siempre de recuerdo, mientras corre la vida desatada contra la curva, siempre al acecho... pero eso es otra historia. La Pamplonesa mañana volverá a despertar la ciudad. Por ahora la Fiesta continúa. Y qué bien. Y eso es todo.

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