Ganado ya el cuarenta de mayo, habrá que esperar aún varios días, hasta mitad de esta semana, para quitarnos el sayo.
Desde que nos tratan de convencer de que vivimos en una anomalía climática -para sacarnos las perras, que es lo único que les interesa de los sufridos ciudadanos: la cartera-, el refranero -ese negacionista, cualquier día nos lo prohíben también- se empeña en ser más estable y precisó que nunca. Marceó en mayo porque mayeó en marzo, por ejemplo. Y así todas las sentencias populares que quieras.
Lo digo como el observador que sentado en un banco en el parque anota lo que ve en la libreta, sin más alardes que la bolsa de pistachos con la que acompaña el asunto. Un gris espectador de espectadores, como los que sembró el Equipo Crónica la Pamplona de los 'Encuentros 72', la manifestación artística más fascinante que ha habido en la historia de Navarra. Mudo. No vayas a expresar tu opinión y cargarte el consenso que produce el silencio.
Últimamente sobrevuela en muchas personas la sensación de que nos han timado, y no desde el malvado capitalismo, sino precisamente desde el extremo más izquierdo de la sociedad. La gente creyó que tenían buenas intenciones y les dejó hacer, sin rechistar, por el bien del planeta. O eso decían.
Circulaba este pasado fin de semana por la Valdorba, ese valle románico que es un tesoro, a un paso de Pamplona. O era, porque aunque todo sigue ahí algo se ha roto para siempre. Cada vez que intentabas abstraerte, conectarte con el arte que la naturaleza mecía de forma armónica, un enjambre de aerogeneradores te sacaba de situación. Cuando subes al Perdón para ver el camino de Santiago de noche, con su vía láctea arriba, tienes la misma desagradable sensación, de que algo ha muerto para siempre a golpe de mole zumbante. Cientos de espacios milenarios destruidos por el bien del planeta.
¿Quién ha permitido todo esto? Ni idea. Para cuando quisimos verlo ya estaba todo saturado. Tampoco nos dejan preguntar. Otro triunfo más de la izquierda dominante. Preguntar es de peligrosos derechistas.
Nos impiden los debates... por el bien del planeta. ¿No había otra fórmula para el bien del planeta que plantar molinos en cada loma, desmontando los paisajes que hemos heredado de las generaciones pasadas? ¿Esa parte del planeta no merecía la pena ser cuidada, conservada? Por el bien del planeta han realizado la transformación de la naturaleza más salvaje de la historia sin que ninguno de los ciudadanos hayamos podido ni tan siquiera opinar.
Una industria verde que se ha hecho millonaria a golpe de destruirnos sin oposición alguna el territorio. Con la ayuda indispensable de una izquierda ecologista que llamaba negacionista, es decir, fascista, a los pocos que reflexionaban sobre si no había otra fórmula para conseguir energía, cuando erizaban completamente los campos de aspas hasta al cielo.
Y como no hemos aprendido nada, una vez que nos han saturado todo el espacio de torres metálicas girando a nuestro alrededor, quieren seguir haciéndose millonarios los de siempre -la izquierda ecologista en esto tiene el cazo puesto hace décadas, por el bien del planeta, recuerden- alicatando el suelo rústico de placas solares. Todo la campiña alfombrada de baldosas negras, por el bien del planeta, siempre por el bien del planeta. ¿No querrás oponerte al bienestar del planeta, verdad, y ser señalado con el dedo cada vez que abras la boca para decir, “un momento, no termino de verlo y no digo que el problema sean los molinos sino tantos molinos”?
Algún día alguien concluirá que por el bien del planeta se han cargado el planeta, pero ya no estaremos aquí para colgar de pies y manos de las aspas a todos los ecolojetas que nos han jodido los milenarios paisajes, para que den vueltas eternamente en el infierno de Dante que nos han construido sin contar con nosotros, contra nosotros. Y eso es todo.