• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Esperaba a Los Rodríguez, pero sólo apareció Calamaro

Por Javier Ancín

"Qué tiempos aquellos, creo que es de lo poco que añoro de la juventud, ese dejarse ir emocionado con cualquier golosina. Hoy todo sabe a poco. O a nada. Estamos más resabiados. Estamos más toreados. Nos conocemos el truco del asunto. Somos como los bueyes del encierro, que evitan el topetazo contra el vallado porque sabemos que hay una curva al final de Mercaderes para enfilar la Estafeta".

Concierto del músico argentino Andrés Calamaro dentro de su gira Tour 2023 en el sala principal de Baluarte en Pamplona, IÑIGO ALZUGARAY
Concierto del músico argentino Andrés Calamaro dentro de su gira Tour 2023 en el sala principal de Baluarte en Pamplona, IÑIGO ALZUGARAY

En septiembre del 96 tocaron Los Rodríguez en el Anaitasuna. El pasado sábado Calamaro lo hizo en el Baluarte. 27 años. Así se pasan las vidas. Tan callando. Y tan catando, afortunadamente. Cumplir años es asumir que de todo hace una eternidad, aunque el tiempo haya pasado en un chasquido de dedos.

La pandemia se me llevó por delante dos frivolidades, unos vuelos a Roma y Bari que tardé una eternidad en que me los reembolsara Alitalia y un concierto de Andrés, que no quería devolver la entrada, hasta que la organización me obligó porque no había posibilidad de levantar el telón. Creí que nunca lo volvería a ver en directo, así que el del fin de semana pasado fue un inesperado regalo. Un gol en el descuento. Una prorroga sin penaltis, pero que quedó en empate.

A ver si me explico. En aquel concierto del siglo pasado tengo el recuerdo que Calamaro presentó a la banda un montón de veces. Fumaba como un condenado chustas que iba encendiendo con cada calada pero la voz era un cañón. En el concierto del otro día apenas dijo nada aunque la voz sonaba justa, o mí oído, que ya no es el de antes, se tenía que concentrar demasiado en un volumen que me llegaba tenue. Vete tú a saber si vivir no es ir quemando los sentidos, desde las papilas gustativas al tacto, pasando por los clásicos me quedo sordo y ciego, y para sentir hay que esforzarse cada vez más.

Estuvo bien, fue divertido, porque nos cantamos nuestra banda sonora, que a eso fue la mayoría, a mirarnos a nosotros y utilizar a los músicos, que eran muy buenos, de karaoke de nuestros recuerdos. No le dejamos ni que interpretara las canciones de siempre con otro registro, que lo traía, obligándole a callarse incluso, siguiendo la sala a su bola, como una apisonadora.

Estuvo bien pero no me entusiasmó, y quería, fui con esa idea, la del entusiasmo, porque aquel concierto de Los Rodríguez recuerdo que fue un fiestón, no sólo porque aún en los conciertos se podía fumar y beber alcohol, sino porque aún las cosas emocionaban de forma simple, sin arreglos imposibles. Sin chorreras, sin chorradas. Traspasaba, golpeaba contundente el pecho los graves desnudos.

Qué tiempos aquellos, creo que es de lo poco que añoro de la juventud, ese dejarse ir emocionado con cualquier golosina. Hoy todo sabe a poco. O a nada. Estamos más resabiados. Estamos más toreados. Nos conocemos el truco del asunto. Somos como los bueyes del encierro, que evitan el topetazo contra el vallado porque sabemos que hay una curva al final de Mercaderes para enfilar la Estafeta.

Es curioso, cuando eres joven sientes más nostalgia por una vida que aún no ha sucedido que ahora que ya está pasando casi todo. La nostalgia hoy me deja frío, indiferente, con lo nostálgico que siempre he sido. La realidad, ahora que ya soy adulto, se me presenta siempre amortiguada, con silenciador. La oigo de lejos y la veo borrosa. A lo mejor esto es hacerse viejo, sin más, o quizás, si soy optimista, solo es que estaba mal sonorizado el asunto para los que estábamos en el gallinero y al concierto le faltó un técnico de sonido que le diera más tralla al asunto. A saber. Y eso es todo.


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Esperaba a Los Rodríguez, pero sólo apareció Calamaro