Nos empeñamos en buscarle a la ideología aberchándal unos asideros intelectuales elevados y, al final, la realidad es esta: solo son ideas de cazurros para cazurros haciendo el cazurro.

Durante una época de mi vida paraba cada semana por Santesteban para supervisar la buena marcha de una sucursal de la empresa que me pagaba. Cuando terminaba de despachar con el jefe local, me iba a comer a un restaurante al lado de Bordatxo, que tenía un menú barato y cojonudo. Hasta que un día los aberchándales le metieron 60 kilos de explosivo y a tomar por culo la discoteca. Desde entonces pasé a comer al lado de los cascotes de Bordatxo. Impresionaba ver el destrozo, porque tardaron un tiempo en desescombrar el asunto.
Y siempre me preguntaba al ver aquel solar lo mismo: ¿qué cojones les pasaba a los aberchándales con las discotecas? ¿También eran opresoras, como el Estado español, que había que volarlas todas en cuanto podían? La heroica lista de objetivos de los aberchándales durante su ciclo de crímenes es para verla: desde los helados Miko por franceses —recuerdo cuando les dio por quemar kioscos de esos de plástico, de temporada heladera veraniega— hasta discotecas.
Nunca entendí muy bien esa fijación del terrorismo nacionalista vasco contra el Mikolápiz ni contra las salas de fiesta. Haciendo memoria, sin buscar: Bordatxo, Matraka en Lacunza, una en Urdax, Txitxarro en Deva. La ETA contra el ocio nocturno apolítico de la chavalería, para preservar la moral de la juventud vasca: esa era la excusa. Todo lo que no fuera Muguruza eta friends y sus mierdas domesticadas dentro del sistema aberchándal, viviendo toda la vida de las concejalías de festejos batasunas, bombazo al canto.
La milonga que fue el llamado rock radical vasco —para que la juventud no se apartara de la ortodoxia aberchándal ni un milímetro— está por escribir. Muguruza eta friends solo han sido unos funcionarios del aberchandalato, haciendo bobadas con doce sueldos y dos pagas extraordinarias.
El otro día, por fin, encontré la explicación leyendo un artículo de Jon Juaristi, el intelectual vasco más importante de los últimos 50 años. Básicamente venía a decir que nos dejáramos de ideas sofisticadas y elucubraciones elevadas: el origen de la ida de olla aberchándal de Sabino Arana estaba en que le habían montado debajo de casa un local de jolgorio llamado El Edén, donde se practicaba el baile agarrado, principalmente por maketos, que venían a corromper con los sudores de los pasodobles la rectitud de las jóvenes vascas.
Vamos: lo que realmente impulsó al líder del PNV a romper con España fue una discoteca. La peor de las abominaciones para los moralistas vascos de la época del tarado Arana y, por lo que se ve después, también.
La ola de atentados a principios de los años 2000 contra las discotecas fue tan surrealista que los Lendakaris Muertos, ese grupo medio punk, mitad de coña, mitad también, les dedicaron un cantar: “ETA, deja alguna discoteca”. En plan: tíos, ¿qué coño estáis haciendo?, ¿también os molestan las discotecas? Sois ridículos. Eso de ridículos no lo dice la letra, pero si la escuchas, es lo que queda de todo este ataque de los aberchándales contra la juerga nocturna: los bakalas convertidos en enemigos de Euskkkkalerría.
Nos empeñamos en buscarle a la ideología aberchándal unos asideros intelectuales elevados y, al final, la realidad es esta: solo son ideas de cazurros para cazurros haciendo el cazurro. Ya lo dijeron Eskorbuto, el grupo cancelado por el aberchandalato por sus canciones A la mierda el País Vasco y, guiño, guiño, codazo punkarra, por Haciendo Bobadas. HB. No hay más.
Si no los llega a matar el sida, se los habrían cargado los aberchándales por inmorales… y por definir su ideología a la perfección. Y eso es todo.