• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Una historia alternativa de Pamplona que no va a gustar a nadie

Por Javier Ancín

Desde hace bastante sostengo la teoría de que Pamplona no existe y que es una creación artificial que no satisface a nadie de los que aquí habitamos.

Vista de la torre de la iglesia de San Saturnino en Pamlona
Vista de la torre de la iglesia de San Cernin en Pamlona.

Esto de las polémicas tiene su punto en Pamplona. A mí hoy me hace gracia, pero reconozco que al principio me acojonaba vivo. Las grescas, digo, eso de que sueltes algo y automáticamente se formen dos bandos secularmente enfrentados sin reconciliación posible. Cualquier sandez se convierte en el asesinato del archiduque y la gente se enzarza con una saña que ya quisieran para sí los espartanos de las Termópilas. ¿Los chicos de Leónidas? Unos flojos de Ansoain.

¿Ansoain no es Pamplona, no? No, que a veces a algunos se les olvida y meten baza como si lo fuera. Que se vayan a vender sus neuras a sus pueblos que aquí ya estamos servidos. Ni Ansoain ni ninguno de los pueblos que la circundan. ¿Y la ecociudad de Sarriguren? Je je je... dejemos esta polémica para otro artículo. Ecociudad... eco-ecooo. Ay.

Que yo sepa Pamplona siempre ha sido una polémica con patas, o con murallas. Desde los leñazos que se metían los Burgos, por no ir más atrás en la niebla, que seguro que encontramos más ejemplos. Si lo analizas, aquello era una salvajada digna de salvajes, o sea, de pamploneses. Núcleos poblacionales separados por menos de 50 metros dándose de leches hasta hartar, arrasándose unos a otros como energúmenos. Yo voy con San Cernin aquí, por seguir con la gresca. Me sale una sonrisilla cuando me acuerdo que arrasamos el burgo de la Navarrería. Que se fastidien, algo habrían hecho. Seguro. Viva San Cernin. Hagamos pegatinas SC para el coche.

El caso es que aquello, esto, lo de ayer, lo de hoy, lo de siempre, visto desde fuera es una cosa espantosa. Barrios a palos por el gusto de los palos, porque ya me dirás por qué otra cosa puede ser entre gente que comparte todo. Hasta que llegó Carlos III, ese gabachazo, con su mujer Leonor, esa castellanaza, nos miraron y dijeron, solemnemente: estos son tontos.

Y lo éramos, claro, a catapultazo limpio unos barrios contra otros, como boronos, no podíamos ser otra cosa, no podemos ser otra cosa, que tontos. Unos más que otros, ojo, recuerden que yo voy con los buenos, con los de mi burgo afrancesado. Aún hoy en esa belena acondicionada con bastante gusto para esta ciudad fea, dicho sea con todas las ganas de crear polémica, claro, al lado de la iglesia de San Cernin, pueden verse los proyectiles con los que se atizaban para abrirse la cabeza. Y aún hay gente que se piensa que Pamplona era capital de un reino... Ilusos. Pamplona no existía.

A lo que íbamos, que vienen dos reyes de fuera, recordemos, un gabacho que “hablaguía gago” y una españolaza o protoespañolaza, no voy a discutir por todo, nos miran y dicen, “a tomag pog saco, se acabó, vamos a creag la Pamplona modegna”. Fuera murallas, fuera milongas, les hacemos un ayuntamiento en la mitad, que firmen este documento y a vivir como hermanos, abrazos, besitos y buen rollo. Y así es como poco más o menos se funda en el siglo XV este cuadrilátero de boxeo llamado Ramplona para unos e Irroña para otros.

El caso es que la cosa no debió de funcionar tan bien como creemos, basta vernos hoy. Carlos III, ese rey venido de allende los Pirineos, por lo tanto imperialista y tal, que le quiten la avenida ya, Karlos III kanpora, asqueado de la gente, que se siguió dándose de leches seguro, el clima de nieblas, frío y falta de luz, nos dijo ahí os quedáis. Cogió el petate y se largó a Olite, haciéndose una chocita de mil pares de chapiteles, con huevo y todo, donde hasta los belgas se aman en la actualidad. ¡Los belgas, con lo que se odian, tanto, que parecen pamploneses! Busquen en Google la historia que es buenísima, que a mí se me acaba el folio.

¿Quién no se ha besado con su pareja entre las almenas del castillo, en las torres más altas, con solecito, bajo el pendón navarro mecido por la brisa, contemplando la merindad y descojonado de la risa por las nubes que casi siempre se ven hacia Pamplona? Yo, desde luego, sí. Pura felicidad. Viva el amor y mi merindad. Y eso es todo.


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