• lunes, 14 de octubre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

El Juli torea al ministro Urtasun por ambos pitones

Por Javier Ancín

El Juli sabe estar, el ministro Urtasun ni sabe estar ni se le espera. Ha sido atropellado por un mundo educado, litúrgico, de tiempos, gestos y maneras de una nobleza que el ministro no quiere reconocer, quedando como un chabacano malcriado. 

Los Reyes, Don Felipe y Doña Letizia, le entregan el Premio Nacional de Tauromaquia (2023) a Julián López Escobar “El Juli” en la gala de entrega de los premios Nacionales de Cultura acompañados por el Ministro de Cultura, Ernest Urtasun.

La semana pasada, un ministro de cultura con un traje mal cortado, mal encajado, con una corbata plantada de forma asimétrica, como de resaca, hecho un auténtico gañán, no aplaudió. Se creyó superior, muy por encima, ufano, prepotente, como si estuviera en una cochiquera, como si la gente de campo no supiera asearse y oliera mal. Entra el Juli, desfila por delante de las autoridades como un torero, elegante, eterno, un traje impecable, una educación exquisita. Es imposible mejorar la figura, traspasa la fotografía el olor a limpio, perfumado que le acompaña en el paseíllo.

Recibe el Premio Nacional de Tauromaquia de manos de los reyes, premio que también ha conseguido este año la Casa Misericordia, que lleva 100 años organizando los festejos taurinos en Pamplona, además de cuidar ancianos desde tiempo inmemorial. Urtasun, que como buen garrulo es un inculto con ínfulas, los desprecia con su cara de vinagre, con su mirada atravesada. Casi mejor que no aplauda, esparciría al chocar sus manos todo el hedor de quien se restriega con estiércol ideológico para salir de casa.

El ministro pensó, pobre desgraciado, que en esa corrida representaba la dignidad y al final solo ha personificado la zafiedad, la mala educación, la ignorancia, la ausencia total de refinamiento, la secta. No hay peor pecado que los complejos de superioridad en los que cae este inculto que no quiere aplaudir a unos premiados frente a otros. Que tú no entiendas el arte y que como no lo entiendes escupas sobre él, te define más a ti que al arte.

Torea el Juli por ambos pitones al ministro. Los dos frente a frente. El Juli le tiende la mano, que Urtasun ya no es capaz de rehuir. Un torero educado, sereno, templado y lleno de elegancia. El ministro, pequeño, humillado, completamente entregado es devuelto a los corrales sin ninguna pizca de grandeza. Urtasun no sabe ni dónde está, ni lo que representa, incómodo, su cara cetrina se vuelve más deforme, se ha transformado en un animal, que es lo que buscaba desde el primer momento, pero lejos de ser un toro, que era el papel que quería representar, el Juli lo ha metamorfoseado en cucaracha. Ha sido desnudado delante de la audiencia para que vean su naturaleza, la de un zoquete con la sensibilidad de un zapato pasado de moda.

El Juli sabe estar, el ministro Urtasun ni sabe estar ni se le espera. Ha sido atropellado por un mundo educado, litúrgico, de tiempos, gestos y maneras de una nobleza que el ministro no quiere reconocer, quedando como un chabacano malcriado.

El Juli le explica con su presencia qué es la cultura, qué es la tradición, el pueblo, la hermosura y el respeto. El Juli levanta una faena portentosa en los morros de un ministro que en este último tercio, con las tripas al cielo, patalea del revolcón que se ha llevado sin que nadie lo toque. Intelectualmente ha sido derrotado.

Quería menospreciar y ha sido con elegancia toreado. Y rematando la faena el Juli con el pase del desprecio, un quite eterno, se ha dado media vuelta y ha salido por la puerta grande.

Urtasun no entiende de cultura, en realidad no entiende de nada, solo es un insignificante ministro de un gobierno corrupto que solo persigue poder y dinero. El Juli le ha mostrado lo qué es la gloria, algo de lo que carecerá Urtasun siempre, transformado en un insecto, el destino que imaginó Kafka para Gregor Samsa.

Creía que estaba entre bárbaros y el único salvaje ha sido él. Los toreros antes de bajar al albero todos han toreado en los salones, pero el ministro de cultura Urtasun también desconocía eso, por eso no ha podido quedar peor. Entró en la ceremonia dos palmos sobre el suelo y se va arrastrando su figura por donde solo hay pelusillas de polvo.

Alguien que busca lo bello en el límite de la existencia, donde termina todo, donde quizás empiece, tiene que tener a la fuerza una sensibilidad especial, como así lo ha dejado dicho: "Señor ministro, usted no aplaude, yo le saludo, la tauromaquia es inclusiva, la cultura es del pueblo, no pertenece a ideologías políticas".

Yo, como Fernando Fernán Gómez, me habría limitado a mandarle a la mierda. Y eso es todo.

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