• sábado, 14 de diciembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Llueve en Santiago

Por Javier Ancín

Nunca sabes por qué te sientas frente a una hoja digital blanca, el cursor parpadeando y tecleas, porque lo necesitas, porque acude a tu cabeza insistentemente, que llueve en Santiago. Llueve en Santiago, esa frase, desde que he mirado por la ventana y en Pamplona también llovía.

Nunca sabes de dónde surgen las historias, los relatos, los artículos, los párrafos, las frases. Surgen, sin más. Brotan. Aquí no había nada y de repente tienes una camada de setas.

Nunca sabes por qué te sientas frente a una hoja digital blanca, el cursor parpadeando y tecleas, porque lo necesitas, porque acude a tu cabeza insistentemente, que llueve en Santiago. Llueve en Santiago, esa frase, desde que he mirado por la ventana y en Pamplona también llovía.

Nunca se sabe, lo normal es que no sea nada pero a veces, un solo impulso, puede desencadenar una saga, como pasa con el mensaje en bucle que proyecta R2D2: Ayúdame, Obi-Wan Kenobi, eres mi única esperanza.

Si Luke Skywalker hubiera dejado pasar ese holograma de la princesa Leía pidiendo ayuda, no hubiéramos conocido el universo de La guerra de las Galaxias y nos habríamos quedado languideciendo en Tatooine.

Nunca sabes si ese escalón es un primer peldaño en realidad, desde donde arranca la escalera hacia el cielo de Led Zeppelin, por ejemplo. Nunca sabes si esa pastilla es la roja o la azul, siempre me lío, que te hace conocer hasta dónde llega la madriguera de conejo en Matrix. Tú decides.

Esa frase que es un verso, del que tiras, a ver qué sale de ti. Suenan guitarras españolas limpias, pulsadas con una perfección de sonido que parece irreal, gaitas como para orientarse dentro de la niebla y una voz en gallego dice chove, chove en Santiago. Llueve... siempre llueve en Santiago.

No hay que dejar ninguna magdalena sin comer, no vaya a ser esa, precisamente la que levantas, la que miras sin decidirte a quitarle el papel, la que finalmente devuelves al plato, la de Proust y nos quedemos con la mente en blanco, sin el desencadenante que haga que recuerdes todo ese tiempo perdido.

Llueve en Santiago y recuerdo una vez que estuve con el cole allí. Verano del 93, cuando éramos unos críos de 16 años. Todos en pandilla tumbados en el suelo unos contra los otros, de noche, fuera de una de las puertas del crucero de la catedral, apoyado yo inocentemente en el muslo de una compañera para mirar al cielo.

No recuerdo un campo de estrellas como aquel, donde una a una parecían estar lloviendo todas los cuerpos celestes desde allá lejos, por donde Han Solo con su Halcón milenario salta al hiper espacio.

La canción es de Luar Na Lubre y aunque no he llegado a ningún lado -falsa alarma, algún día debería de hacer el camino De Santiago-, al final he terminado por escucharla entera. Y eso es todo.

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