• lunes, 16 de septiembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Más Flamenco on fire que nunca

Por Javier Ancín

Las diez. Suenan las campanas en Pamplona, que se mezclan con los tonos, semitonos, de las bulerías.

Apurando el buen tiempo, manga corta y trago de agua fresca de botijo que el sol ha puesto ya donde debe, en la mesa tras el horizonte, sentado en su silla de enea roja en la que le pillará de nuevo el amanecer. Si existiera el paraíso seguro que tendría este aire templado.

Noche de verano, de calor tibio y brujería, de avivar el seso y el sentimiento y no dormirse. Jardines de la Diputación y agua en la fuente, como las canciones del último disco de Los Planetas, el camino heterodoxo por el que me adentré en este mundo de palos y fandangos. Mi flamenco por eso siempre es granaíno y de ahí a lo universal, como su Leyenda del espacio, el disco con el que empezó, en mi caso, esta exploración.

Pamplona expectante, gentío y murmullo, bulla puesta a fuego lento, que espera el inicio de una nueva edición del festival Flamenco on fire. Y van… ¿cuántas van desde que lo bendijo con su desprecio la presidenta Barkos?

Es curiosa esta cueva del Sacromonte o estos jardines del Jeneralife, una Alhambra en mitad de la avenida de San Ignacio, una torre de la vela coronada con el gallico de San Cernin, esperando la guitarra como quien espera una postal de un amor de verano. El balcón abierto, el público lo mira mira… el público lo está mirando. Me gusta esta Pamplona flamenca, fachada iluminada en verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas de esta sequoya centenaria que da sombra hasta cuando ya solo hay luna lorquiana.

Suenan los cuartos en el carillón foral, la gente espera los toros, se apaga la fuente, se acaba el vocerío. Silencio… Gerardo Núñez, guitarrista, va a hacer sonar un rato la noche y el sueño con un misterio. Seis cuerdas, un mástil y un cuerpo hueco con boca que reverbera… y unas manos, un clavijero, con sus dedos en los trates, que las pellizcan, no solo las cuerdas sino las almas. Compás, tiempo, espacio infinito… revoluciones, evoluciones, velocidades y repeticiones, despacio ahora, desviaciones y percusiones, una detrás de otra, como una máquina de escribir de las antiguas en trance, en delirio, en prodigio, en magia que vibra como la mirada que atraviesa el sonido que aquí la guitarra ha compuesto, quién sabe incluso si eso que llaman duende se nos ha atravesado por un instante esta noche, mientras respirábamos.

Las diez. Suenan las campanas en Pamplona, que se mezclan con los tonos, semitonos, de las bulerías. Notas que se encuadernan juntas que da gusto, todo casa, todo permanece, todo parece eterno y todo es de una intensidad, una solidez que dan ganas de crear con esta materia un edificio con más balcones a los que asomarse y ver tocar, más terrazas en las que tumbarse y escuchar esta biblioteca que suena.

Corto, intenso, un tratado en la noche dulce, en la noche amable, en la noche que aún está en pañales. Son las diez y media y ha habido hasta desmayos, una señora cae a mi lado, lentamente, como las estrellas que una a una van saliendo en el cielo, una ambulancia… la vida. Por su propio pie avanza hasta la camilla y yo me voy camino del coche recordando ese poema de Federico que dice algo así: “La guitarra, hace llorar a los sueños. El sollozo de las almas perdidas, se escapa por su boca redonda. Y como la tarántula teje una gran estrella para cazar suspiros, que flotan en su negro aljibe de madera”. Espero que se recupere sin mayor problema.

Pongo la batería de Eric en el Omega de Morente, primero tomaremos Manhattan, después tomaremos Berlín y finalmente nos haremos con Pamplona entera, y me pierdo conduciendo en la noche, ventanillas bajadas, avenidas vacías, sin ganas de que esta burbuja en la que nos hemos metido hoy se diluya aún.

Yo no sé quién se ha inventado esto, los escenarios, los balcones, las ventanas, los patios y las calles. Quiénes le dan lumbre, qué equipo, sin hacer ruido, levanta este tablao cada agosto, pero son unos genios. Larga vida al festival Flamenco on fire. Y eso es todo.

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