• sábado, 04 de mayo de 2024
  • Actualizado 21:47

Opinión / A mí no me líe

Menos es más y más y más y mucho más

Por Javier Ancín

Después de años de gusto barroco, artificioso por completo, lo reconozco, empiezo a verle la gracia hasta a las líneas puras de la fachada de la catedral de Pamplona.

Imagen de archivo de la Catedral de Pamplona vista desde la calle Curia.
Imagen de archivo de la Catedral de Pamplona vista desde la calle Curia.

Todo debería de ser más fácil. El menos es más del arquitecto Mies van der Rohe. Las  primeras notas de la melodía de Hans Zimmer para el tema principal de Interstellar: La-mi, la-mi. Si-mi, si mi. Encerrar lo complejo en formas sencillas, tan limpias, que siempre las reconozcas, sin tener que hacer memoria. Do-mi, do mi. Re-mi, re-mi.

Juan Rulfo decía que escribir es cortar, que es como decir quitarle todo lo que sea puro adorno. Cuanto más simple más bello, llegando quizás a la perfección, que es una hoja en blanco. Casi lo consigue con Pedro Páramo, pero le faltó arrojo para seguir borrando. Quien sí se atrevió a hacerlo fue el músico John Cage, el que estuvo en nuestros gloriosos Encuentros 72, cuando compuso su obra 4’33”. Cuatro minutos y treinta y tres segundos en completo silencio. Quizás la interpretó en su visita a Pamplona y todo. 

Paseaba el otro día por Bilbao y a donde se me van los ojos ya no es al efectista Guggenheim, con sus meandros, recovecos, sino a las Torres Isozaki, que porque no tienen nada, se trasparentan contra el cielo más que reflejarlo, lo tienen todo. 

Puede que sea por mera supervivencia esta búsqueda actual de la nitidez. Uno se hace mayor y a la miopía se le añade la vista cansada: un lío de lentillas y gafas de cerca, de sol, de distancias focales, de brazos que se alargan, de párrafos que se hacen ilegibles en los libros, que consiguen que no disfrutes mirando nada porque todo es borroso.

No lo descarto, porque después de años de gusto barroco, artificioso por completo, lo reconozco, empiezo a verle la gracia hasta a las líneas puras de la fachada de la catedral de Pamplona, que siempre me habían parecido, como a Víctor Hugo cuando estuvo de visita por aquí, una horrible máscara con dos orejas de burro que son sus campanarios. 

Ojalá hubieran dejado las cabezas de bronce de Antonio López, Día y Noche, que durante unos meses descansaron en el atrio, pensé este verano también, sentado en la terraza del Bistrot, mirando su frontón contra la oscura madrugada. Ojalá pudieran volver o comprarlas o reproducirlas o algo, sentencié, dando un sorbo al gintónic de los de antaño, solo hielo, una corteza de limón, tónica sin alardes y Seagram, la ginebra que da nombre a uno de los edificios más minimalistas del mundo, ideado por, quién si no, Mies van der Rohe para la sede de la destilería en Nueva York. 

Ese toque sencillo de irrealidad, a la fachada neoclasica, con las dos cabecitas de bebé  a sus pies, la convertía en obra de arte ya sin discusión alguna, elevando el conjunto a secuencia de peli de Nolan, la propia Interstellar, por ejemplo. 

Amaneciendo, anocheciendo, desde lejos, tanto, que todas las filigranas del mundo pequeñito, frenético, absurdo, que sabemos que están ahí abajo, dejarían de molestar y se reducían a la línea silenciosa y serena de la curva de la tierra, con el sol de fondo ascendiendo sobre ella, descendiendo contra ella. Podría hasta tocar el órgano de la catedral el propio Zimmer, con las puertas abiertas, alfombrando Pamplona con esas notas que ya son eternas y pueden ser tocadas con dos dedos de una mano: La-mi, la-mi. Si-mi, si mi... 

Ojalá fuera todo tan sencillo como esa inmensa mole, quizás infinita, que es el universo, moviéndose con una precisión milimétrica en mitad del vacío. Y eso es todo.


  • Los comentarios que falten el respeto y que no se ciñan al tema de la noticia, podrán ser eliminados.
  • Cada usuario será el único responsable de sus comentarios.
Menos es más y más y más y mucho más