- viernes, 06 de diciembre de 2024
- Actualizado 00:00
Venimos de Roma y poco más. Roma nos mete en el carril de la civilización de una colleja. Venga, a pasar de la cochambre de las cuevas y los dólmenes toscos a la comodidad de las villas con sus mosaicos, sus sistemas de calefacción y su producción de vino.
¡Viva el vino de la Villa de las Musas! Si miras Navarra, ves ruinas romanas por todos los lados. Una acumulación exagerada: calzadas, acueductos, infraestructuras varias, explotaciones agrícolas, casas de todo tipo. Es una maravilla darse una vuelta por el sistema hidráulico de Andelos: su presa, su embalse. Tardamos siglos en recuperar ese nivel de desarrollo.
Lo pensaba un día que me senté en el romano Monte Testaccio, una colina artificial surgida por la acumulación de ánforas de aceite traídas de Hispania. 25 millones de ánforas se calculan que fueron tiradas en este vertedero durante los siglos I, II, III d. C. Menuda industria solo para traer aceite a la capital del imperio: cultiva, elabora, envasa, transporta por carretera y luego por mar… la de peña que curraría en eso. Imagínate cómo sería la cosa de industrial que les resultaba más rentable tirar el recipiente y fabricar otro que limpiarlo.
Roma triunfa porque es practica, es decir, cómoda. Es una cultura que siempre busca la placidez, el solecito, el estar a gusto. Por eso sus restos se concentran donde mejor clima tenemos, no porque no conquistaran los valles del norte, sino porque no tuvieron interés en vivir en sus nieblas. Si puedes pasar el año en el Caribe para que vas a hacerlo en Alaska. Es normal que Tierra Estella, que parece la Toscana si entornas un poco los ojos y miras al horizonte de colinas y dorados cultivos, se llenara de más togas que el Baztán.
Roma también persigue la belleza, lo estético. Alrededor de lo bonito no es difícil de imaginar el mercado que se montó. Un mosaico no es una cosa sencilla: no solo hay que recolectar y clasificar por tonos millones de teselas sino que varias manos expertas, artísticas, tenían que colocarlas para crear esos suelos que da gloria verlos con tantas escenas cuidadas al milímetro. El preciosismo es caro y si se puede pagar es porque se ganaba bien de denarios. En cualquier punto de Navarra hay un mosaico, lo que quiere decir que en cualquier punto de Navarra llegó el progreso, el futuro.
De lo poco que me agrada de Pamplona es que es una ciudad romana, completamente romana, no hay un sustrato reseñable aquí anterior a Roma. Alguien habría, siempre hay alguien, aquí, allí, en todos a los lados, pero no dejó mayor rastro, por eso meten en esos vahos cualquier mamarrachada mitológica, es decir, trucha. Donde no hay luz puedes afirmar que está hasta Claudia Schiffer, incluso que eres tú.
Luego ese mundo cayó y no hicimos otra cosa más que degenerar. Mil años pendiente abajo. Lees la descripción en el Códice Calixtino de lo que había en Navarra entorno al año 1000 y éramos poco más que bestias. Lo más suave que nos llama es guarros, lo más asqueroso, folladores de ganado. Eso sí, con gran conciencia de la propiedad privada, que dice que le poníamos un tapón en el culo a las mulas para que solo pudiéramos penetrarlas cada uno la nuestra.
A ver, el escritor de eso venía de Francia, no es difícil imaginarlo arrugando la nariz con cara de asquito en cuanto cruzó los Pirineos, tampoco vamos a engañarnos, pero algo de verdad habría en esa pocilga que describe. Deberíamos volver a Roma, siempre, que mejor nos iría. Y eso es todo.