- miércoles, 22 de enero de 2025
- Actualizado 08:21
Se posa la niebla sólo sobre el aeropuerto. En El Barrio se veía. Ni por asomo pensé que me iba a afectar hace un rato, cuando he salido de casa, pero aquí no consiguen aterrizar los aviones. Cancelan el vuelo. Cuando se mete un tema en tu vida no hay forma de librarte de él.
La niebla me ronda esta temporada, se me ha metido dentro, como a la ciudad, y me condiciona hasta en los días despejados. Ese fenómeno a veces atmosférico, a veces existencial, terrible en las personas para las que nos quedamos, no para los que se van con ella lejos, tan lejos, como hasta su infancia, se ha posado en mis cosas.
No hay nada extraordinario. Acaba por pasarnos a todos. Tengo una persona cercana que se está perdiendo entre la niebla, feliz, y ya solo está cómoda hablando de su infancia, que la recuerda con una nitidez sorprendente. Yo intento seguirle, triste, pero ya no consigo ir todo el tiempo a su lado. Ha corrido tanto entre la bruma que ni se acuerda de obviedades, lugares, que hemos compartido siempre.
Algo estoy aprendiendo. Que las estaciones da igual cuando las marque el calendario. El invierno lo llevamos dentro aunque sea verano y ella parece transitar por la primavera aunque ahora sea otoño. Mientras empiezo a sentir que a veces no reconoce el espacio que fue nuestro, incluso a veces me mira como me acabará mirando todo el rato, como a un total desconocido, es feliz en la patria que es su niñez.
Es hermoso y terrible verla disfrutar en un mundo que solo existe ya en su cabeza que se desmorona. Es hermoso y terrible cómo trata de enseñarme ese mundo de sus abuelos por el que camina veloz porque vuelve a ser adolescente.
Sígueme, parece decirme mientras avanza, a paso alegre, casi divertido, en un espacio en el que es feliz, y yo me muero de tristeza, que disimulo porque no quiero preocuparle si se da la vuelta y me ve la cara mientras escucho sus historias. Está tan a gusto en ese mundo que domina, aprieta tanto la marcha, que ya no puedo acompañarle. Mientras ella puede levitar entre las nubes yo me tropiezo con todas las piedras, todas las raíces, todos los árboles del bosque y se va… se va marchando.
Por momentos solo intuyo su silueta, ahí delante, y su voz, que cantarina y subrayada de risas entre la niebla, me sigue contando cosas de su niñez. Una niña a la que no consigo alcanzar y que me dejará atrás, cualquier día, para siempre. Habrá un instante que el hilo ceda y se rompa y ya ni esta comunicación precaria tengamos, por eso paso con ella todas las hora que puedo.
Ojalá que este sosiego en su tránsito por el Alzheimer le dure, que no tenga un momento de lucidez que le haga reparar en la tristeza que es la realidad. Ojalá esa novela de su infancia que me va narrando a pinceladas finas, con todo el detalle, y que disfruto porque parece escrita por Delibes, dure mucho tiempo y pueda despedirme como cuando cierras un libro y el aroma de la historia te acompaña algunos días, hasta que se diluya sin estridencias, melancólico pero sin dramas, en paz.
Yo seguiré avanzando a su lado hasta que se despida con la mano, sin mirar atrás, sin darle motivos de preocupación, sin esperar nada más que logre llegar feliz a su descanso, allí en la cima del monte, donde brilla el sol con todas las nubes debajo. Y eso es todo.