• sábado, 14 de diciembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Las obsesiones urbanísticas de Asirón

Por Javier Ancín

"Que el PSOE te haya regalado el sillón porque Sánchez necesitaba los votos del partido de la Eta para seguir en la Moncloa no te convierte en urbanista".

Fotomontaje de Joseba Asirón sobre una imagen de unas obras en Pamplona.
Fotomontaje de Joseba Asirón sobre una imagen de unas obras en Pamplona.

Últimamente da mucho asco moverse por Pamplona. Todo es un embotellamiento de coches, autobuses, personas, salpimentado por algunas bicis que, como van por dónde les da la gana -y más vale que son pocos porque si fueran un enjambre esto sería para pegarse un tiro-, hacen de los desplazamientos en esta gloriosa ciudad una insufrible experiencia.

Asirón se ha lanzado a una loca carrera que consiste en llenarlo todo de agujeros, de maquinaria picapedrera, de actuaciones sin sentido que, después de darle muchas vueltas, he llegado a la conclusión que solo tienen por objetivo combatir sus fantasmas personales. Un neurótico con mando en plaza, lo que nos faltaba para desquiciarnos ya de forma absoluta.

Una ciudad que fluía, convertida en el campo de batalla mental de un alikate acomplejado con el alcalde anterior. Y en esas estamos los sufridos ciudadanos, secuestrados en esa ampliación casi semanal de su campo de batalla neurótico que el alikate ha convertido Irroña. Que unida a su sumisión a los vascos fetén, los del otro lado del mapa y el territorio, tenemos la demente biblioteca completa de Houellebecq hecha ciudad. Por no faltarnos con este alikate, no nos falta ni su última novela: en el idioma mayoritario de la Navarra francesa, Anéantir; en el idioma mayoritario de la Navarra española: Aniquilación. En euskera baturra la podríamos traducir como Amonal.

Nunca serás Maya, alguien que le quiera debería tratar de convencerle para que nos deje de joder con sus ocurrencias arquitectónicas. Las profesiones no se improvisan, se estudian y, si eres razonablemente bueno, se ejercen, o mejor, te contratan para ejercerlas. Asirón está empeñado en disputarle ridículamente a Maya esa profesión sin haberse formado en ella. Que el PSOE te haya regalado el sillón porque Sánchez necesitaba los votos del partido de la Eta para seguir en la Moncloa no te convierte en urbanista.

¿Quién en su sano juicio le contrataría a Asirón para que le ejecute una obra pública? Nadie, nadie que no fuera un fanático ideológico suyo, claro está, que esos se lo perdonan todo, aunque en privado se caguen los primeros de las chapuzas que va dejando por aquí y por allá su flamante alikate.

Maya, que tenía sus cosicas, al menos era arquitecto, tú solo eres un acumulador de bordillos y baldosas sin sentido, una improvisación tras otra de cemento, una ocurrencia con patas y pico que malgasta dinero y paciencia ciudadana a partes iguales. Con el buen concepto que tiene de sí mismo, sospecho que Asirón en su despacho de alikate se ve como una suerte de reverso de Le Corbusier, cuando en realidad solo es Homer Simpson en aquel episodio que le pidieron diseñar el coche perfecto, que resultó ser, obviamente, la cosa más disparatada del universo.

Más vale que Maya no era cirujano plástico, que ahora mismo lo tendríamos empeñado en montar un quirófano en los Caídos para poner tetas de goma aberchándales entre las parroquianas. Cero dudas.

En la Irroña de Asirón todo son obras para no ir a ningún lado. Eso sí, alguien las debe de estar cobrando. Sería interesante saber quién. Asirón está llenando la ciudad de petachos, como si todo esto fuera el pantalón de un payaso, que a lo mejor es de eso de lo que se trata, deformar la ciudad hasta convertirla en una irreversible payasada. Y eso es todo.

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