• miércoles, 11 de diciembre de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Osasuna es tan real como la vida misma

Por Javier Ancín

Siempre falta un toque, siempre falta un pasito para lograrlo. Me chinaría, pero en el fondo sería como cabrearme conmigo mismo. Desde pequeño, a la mayoría, siempre nos ha faltado ese milímetro, siempre nos hemos quedado a un saltito para conseguirlo también.

Lo pensaba ayer paseando de vuelta a casa, en una Pamplona silenciosa, nocturna. Vi el partido en el Casino Principal de la plaza del Castillo, con unos amigos y unos desconocidos, y cuando terminó, nos despedimos todos con la tranquilidad del no ha podido ser... como de costumbre.

Siempre falta un toque, siempre falta un pasito para lograrlo. Me chinaría, pero en el fondo sería como cabrearme conmigo mismo. Desde pequeño, a la mayoría, siempre nos ha faltado ese milímetro, siempre nos hemos quedado a un saltito para conseguirlo también. Aquel premio, aquella beca, aquel sorteo, aquel trabajo, aquella competición deportiva infantil. Ir cruzando pantallas y que te devore el monstruo final una y otra vez. Lo normal es no ganar nunca. Yo no recuerdo haberlo hecho jamás. Siempre esa bola de tenis que pega en la cinta en Macht Point, la peli de Woody Allen, ha caído en mi lado.

Hubiera sido un espectáculo tener seis partidos más en Europa, pero no ha podido ser. Las victorias cinematográficas solo se dan en el cine. El tiro en el último segundo desde medio campo, que se ralentiza y se alterna con planos de caras boquiabiertas que termina en canasta, en el mundo real, digamos la versad, no toca ni aro. No sé cómo se cambia esa dinámica, la de disfrutar del viaje, sí, pero perder siempre la recompensa última. Si lo supiera me lo aplicaría a mí mismo, porque alguna vez tiene que ser bonito ganar, no solo no rendirse nunca. Que sí, que está bien, enorgullecerse de esa fortaleza de volver a intentarlo, pero no es lo mismo que celebrar una victoria. Celebrar una victoria tiene que ser liberador. Un alivio.

De pequeño me resultaba frustrante desplegar todas las piezas en ajedrez de manera correcta, ir desarrollándose la partida de forma adecuada y al final, no rematar nunca porque no sabía dar un jaque mate.

Frente a los libros absurdos de autoayuda, las frases estúpidas motivacionales, si persigues tus sueños lo conseguirás y blablablá, Osasuna me explicó pronto que esa decepción que no comprendía es la norma. Es lo que hay, acostúmbrate para que no te afecte.

Porque te puede afectar mucho, porque será cruel. A veces, demasiado, insoportable casi. Porque será incluso peor que ahogarte en la orilla. Es conseguir llegar a la orilla, salir del agua, de la playa y subiendo las escaleras, resbalar porque te ha pegado el infartazo de la emoción, al creer que lo habías conseguido y no rozar con los dedos la baldosas, por un centímetro, del paseo. Y quedarte sin lograrlo, como en las finales de copa o en aquella eliminatoria de la previa de la Champions hace años o en esta nueva, que parecía que ya lo teníamos hecho y al final, pues eso, el final. De nuevo.

A Osasuna siempre le falta derribar esa última puerta… corre, como en aquella alocada prueba de Humor amarillo, cruzando puertas de papel y en la última se estrella contra la que no se rompe, la que es un muro que te deja sin el premio. Yo no he ganado jamás, a nada, nunca. Sobrevivir mucho, continuamente, como Osasuna, que los milagros solo es capaz de hacerlos para no perder, este año hasta contra la UEFA hemos tenido que hacer prodigios, pero jamás para ganar nada. Esa enseñanza, y más en este mundo iluso, no te la dará casi nadie. Quizás en esa obra griega clásica que es la Anábasis, pero es muy cultureta y puede que no captemos la esencia. Ser de Osasuna es ser un afortunado porque te pone la pista de ese secreto sin necesidad de leer a Jenofonte.

Osasuna es una forma de estar en el mundo y yo me identifico plenamente con ella. Osasuna es lo más parecido que he encontrado a la vida real. A veces me pregunto por qué a mi equipo se lo perdono todo, pues porque me siento completamente acompañado por él en esto del vivir, atravesando siempre territorio hostil, sobreviviendo como los mercenarios griegos, en una eterna retirada. Y eso es todo.

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