Prepare la servilleta a cuadros, señora, también las ridículas tes, equis y las kas para el diminutivo de chico, pequeño. Ya está aquí San Fermín txikito, la fiesta en la que hay que honrar a los asesinos de mujeres y niñas de esa organización criminal aberchándal que lleva por acrónimo el mismo que se usa en transporte para estimar el tiempo de llegada: Estimated Time of Arrival. Ya está aquí la ETA, puntual para embadurnar de mierda cualquier fiesta popular.
Hemingway utiliza en su novela ‘The sun also rises’ el verbo ‘explode’ para definir la fiesta en Pamplona, el partido de la Eta, también, que no tiene problema el alikate en poner el logo del ayuntamiento de Irroña junto a la bandera esa que utilizan los asesinos y sus partidarios para reclamar que a casa, nada de cárceles. A las doce estalló la fiesta en las calles de lo viejo, resultado, dos asesinatos, uno de ellos el de un niño, rezan los titulares de la prensa en la hemeroteca.
Eso es lo que celebran los aberchándales este fin de semana: el explode. Las víctimas del terrorismo vasco nunca tienen bandera. De esas no se acuerda nadie. El muerto al hoyo, cadena perpetua, el etarra a las instituciones, que para eso mataron, para mandar sin condenas. Gracias, Psoe.
Es todo tan zafio siempre en el aberchandalato que lidera el alikate Asirón en Irroña. Qué jóvenes eran. Qué prestigio creían que les daba eso, sin ser conscientes de que el tiempo es una apisonadora que también se los ha llevado a ellos por delante.
Los niños asesinados se quedaron en la infancia, sus asesinos no han conseguido el objetivo de hacer creer que ellos mataron a futuros fachas enemigos del pueblo vasco. Las fotos siempre les miran con esos ojos inocentes. Mientras los aberchándales son el retrato nauseabundo, en constante putrefacción, siempre pueden dar más saco que ayer; los niños no se mueven un centímetro de su inocencia, congelada porque los aberchándales los mandaron a la tumba.
Los aberchándales hoy ya solo son viejos desconectados del mundo que les rodea, que les ha pasado por encima. Han perdido hasta el prestigio que creían tener como vanguardia de la juventud. La juventud vasca hoy está más pendiente de que no le roben el móvil en las calles que de jugar a ese juego del gato y el ratón, de tirar del gatillo de los viejos amargados de orejas que nunca dejan de crecer, desgarradas por aros con óxido, que solo saben talar árboles y destruir barandillas para amputar el león de escudo de la ciudad. Si fuera una serpiente no la habrían metido un hachazo.
Es sorprendente lo que le repugna a los aberchándales cualquier símbolo común. Si Asirón fuera alcalde de San Sebastián arrancaría la barandilla de la Concha para sustituirla por un muro coronado por alambre de espino.
Verde que te quiero verde, verde árbol, verde rama. Ella seguiría soñando en su baranda. ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda... si Asirón no se la hubiera cargado, dejando un rastro de sangre, dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada... por la cuesta redundante de la aldapa. Y eso es todo.
