- miércoles, 04 de diciembre de 2024
- Actualizado 05:45
No he leído todo, cómo vas a leer todo, pero de lo que he leído, dos libros son los que más me gustan de la Guerra Civil. Y los dos por lo mismo, porque se alejan del ruido y de la grandilocuencia. Uno es periodístico, el A sangre y fuego de Chaves Nogales. El otro una novela magistralmente zurcida: Celia en la revolución, de la escritora Elena Fortún.
No son de historia, sea lo que sea ya ese calificativo hoy, tan manoseado. Hace muchos años que la historia como tal, la historia con mayúsculas, dejó de interesarme. En realidad creo que no me interesó ni cuando estudié esa carrera, que siempre iba buscando no la historia de tratados y movimientos tácticos geopolíticos sino lo diminuto, lo cotidiano, lo contemporáneo, lo vital.
Qué hacía un pringado como yo en los diferentes momentos históricos: cómo vivía, sentía, comía, se movía por su época, en qué creía, por qué sufría y cuáles eran sus momentos de felicidad. Básicamente, de qué modo transcurría su vida diaria.
Microhistoria lo llamaban entonces, como para darle más dignidad académica al asunto. Si les interesa el tema, siempre se pone de ejemplo el libro El queso y los Gusanos, que nos cuenta las vicisitudes de un simple molinero llamado Menocchio que vivió en la Italia del siglo XVI y que si no llega a ser por el historiador Carlo Ginzburg, su vida sería como la de todos nosotros dentro de medio siglo, una gota anónima insignificante en mitad de la nada.
Supongo que me confundí de camino, como siempre me pasa, al estudiar esta carrera, y por eso el mejor libro de historia de la etapa universitaria que recuerdo es uno de una asignatura de libre configuración, que no tenía que ver con la historia sino con la creatividad literaria, mi segunda y última vocación profesional que he tenido, frustrada por la evidente ausencia de talento. La primera fue el fútbol, un fracaso por idénticos motivos. Luego ya nunca he querido ser nada, que es lo que mejor se me ha dado.
El libro en cuestión lleva por título Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, un relato de Tim O'Brien sobre su periplo en Vietnam como soldado. En ese libro está la frase definitiva, de lo poco que saqué en claro sobre historia: Una auténtica historia de guerra nunca es moral. No instruye, ni alienta la virtud, ni sugiere modelos de comportamiento, ni impide que los hombres hagan las cosas que siempre hicieron. Si una historia de guerra parece moral, no la creáis.
Pérez-Reverte comienza su mejor libro, Territorio comanche, con esta cita, por cierto. Y en esta cita está la clave de por qué Patria les jode tanto a los aberchándales. Un aberchándal necesita ser el bueno de todo relato donde aparece y en la novela de Aramburu ni tan siquiera es el malo, solo el miserable. Con todo, siendo Patria excelsa, donde está la esencia para comprender la microhistoria de los pringados, es en su libro de cuentos Los peces de la amargura, que es una obra maestra a refugio del ruido, afortunadamente.
Por eso me gustan las obras de Chaves Nogales y de Elena Fortun, con las que empezaba este artículo; por eso me las creo, porque no impiden que los hombres hagan las cosas que siempre hicieron, solo se limitan a contárnoslas. Y eso es todo.