• viernes, 26 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Salvemos el planeta, aniquilemos al ser humano

Por Javier Ancín

El Prado es un salvavidas, por eso cuando vi a esas dos taradas hace unos días atentando contra el museo, contra las paredes y los cuadros, contra el único asidero que muchos hemos tenido cuando todo fue un torbellino, me dio ganas de concienciarles con la mano abierta contra su fanatismo destructor.

No me hagas elegir. Entre cualquier cosa y La maja desnuda voy a optar por el reverso de la curva praxiteliana de Scarlett Johansson en el primer plano de Lost in Traslation pintado por Goya. Entre cualquier causa y La joven de la perla, curiosamente también interpretada en el cine por Scarlett Ingrid Johansson, voy a quedarme con la muchacha de Vermeer.

“Nada hay, por inocente que sea, contra lo que no atenten los hombres”. Y si cada generación tuvo la confirmación de esta frase de Moliere en el Tartufo, nosotros no íbamos a ser menos.

Una panda de hijos de puta se están dedicando a atacar las obras de arte de los museos para concienciarnos, dicen, contra el cambio climático. Qué puede haber más inocente que la belleza de un cuadro colgado de un museo público para que la disfrutemos todos. La vida de un niño, supongo, que será el siguiente paso, sacrificar críos en su demente altar ideológico. A lo mejor ya lo están haciendo.

Cuando viví en Madrid iba mucho al Prado. Al Prado y a las librerías de viejo de la cuesta de Moyano. Era el rito antes de cada viaje. Un libro cazado por un par de euros que empezaba a leer con un bocadillo de calamares en el Brillante y con las páginas manchadas de grasa, acercarme a los andenes de Atocha a esperar el tren.

En el Prado más que acercarme, me parapetaba, como en un búnker, como en una habitación del pánico, a recomponerme, bajar de la nube, a sentirme mortal, a frenar, a quitarme la corbata, guardarla en el bolsillo interior de la chaqueta y sacarme la camisa por fuera del pantalón; a recordarme que la vida no era ir de reunión en reunión cerrando operaciones inverosímiles, a descansar, como quien se sienta en un templo y se abandona, rendido, a las preguntas de siempre. ¿Qué cojones estoy haciendo con mi vida?

Empecé como todo jovencito deslumbrado por Velázquez, descifrando las caras de la rendición de Breda, y cuando volví al pueblo ya era un adulto descreído que buscaba más la compañía de Goya y su luz de velas temblorosas, palpitantes, para comprender la vida. Tan pronto te enseñan como te dejan de nuevo en sombra como te vuelven a mostrar. Un poco como con la música, que comienzas por los celestiales Beatles, tan precisos, pero acabas llegando a los Stones, mucho más mundanos, mucho más reales, mucho más certeros por sinuosos.

El Prado es un salvavidas, por eso cuando vi a esas dos taradas hace unos días atentando contra el museo, contra las paredes y los cuadros, contra el único asidero que muchos hemos tenido cuando todo fue un torbellino, me dio ganas de concienciarles con la mano abierta contra su fanatismo destructor.

Quién te crees tú, pensé, que Dios te crees tú, majadera, para privarnos a los demás de nuestros pequeños espacios de paz, nuestros remansos de tranquilidad, las únicas salas a las que podemos libremente acceder donde aún se respira inocencia, porque si algo consiguen los cuadros es devolvernos a la casilla de salida, al punto existencial donde aún todo era posible. Un museo es el lugar donde muchos hemos encontrado respuestas.

Destruir la belleza para salvar el planeta... curiosa fórmula de acabar con el mundo, que quizás sea de esto de lo que va esta puta farsa del ecologismo barra izquierdismo barra nacionalismo barra el ismo ideológico que quieras aquí poner: acabar con el ser humano. Y eso es todo.


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