• viernes, 03 de mayo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Por qué hay que conservar los Sanfermines

Por Javier Ancín

No es un teatro, esto no es una representación, esto es el universo sin velos y así ha funcionado siempre y así seguirá funcionando, a pesar de lo que puedas pensar tú. Por eso en este planeta tan absurdamente woke que nos están construyendo, tan inhumano, es más importante que nunca que preservemos, para seguir comprendiéndonos, espacios como los Sanfermines.

Los mozos le cantan a San Fermín minutos antes de correr el primer encierro de las fiestas de 2023 con toros de La Palmosilla. IRANZU LARRASOAÑA

Vivimos un mundo extraño donde la verdad y la mentira ya no existen, que es como decir que ya nada es real. Se trucan fotos y hasta vídeos, se trucan voces -los modernos lo llaman autotune-, historias y por trucarse se trucan hasta pensamientos, que con decirle a una de esas aplicaciones de inteligencia artificial que te elabore un discurso lacrimógeno a la par que sentimentaloide, lo tienes listo en décimas de segundo. Cortas, pegas y a correr, como hizo ayer sábado Marcus Rashford en Instagram para despedirse de su compañero David de Gea, al enterarse de que dejaba el del Manchester United.

En el cine han ido aún más lejos y se trucan hasta los trucos, que ya no hay ni una maqueta, ni una trasparencia, ni un tiro de cámara que cree espejismos para generar la ficción de realidad. Ahora todo es croma. Un fondo verde en el que se inserta en posproducción un mundo entero digitalmente, sin esfuerzo analógico, y listo. Ya no hay que tirar de imaginación, como cuando George Lucas explotaba las maquetas de las naves de La guerra de las galaxias del revés, para crear la fantasía de ausencia de gravedad espacial en esa onda expansiva ascendente.

Hay a gente a la que le gusta todo esto. Defensores acérrimos de un mundo aséptico, estéril, a su medida, donde nada les cree incomodidad, donde nada ofenda sus gustos o moralinas o supersticiones. Un mundo donde nada les frustre, virtual, repleto de filtros, licuado, donde basta un cubículo -llámalo dormitorio, llámalo celda, llámalo casa, llámalo cárcel- y un móvil para tener el ensueño de estar viviendo, ¡incluso intensamente!, sin necesidad de salir, de pisar, de tocar y de oler. Sin necesidad de sentir. A mí me horripila.

Lo pensaba el otro día entrando en el patio de caballos de la plaza de toros de Pamplona, para tomarme un pincho de chistorra con una manzanilla en el apartado, el olor fuerte a res que te recibe. ¿Hace cuánto tiempo que no huelo nada, que todo está medido, pensado, trabajado y por lo tanto falseado para qué así sea? El mundo está aromatizado en un tono neutro para que no huelas nada intenso, nada molesto.

Por la tarde, en la andana 14 de la antisistema peña Mutilzarra, absorto con mi vasito de plástico, bendito plástico, lleno de sangría, viendo la corrida, un guiri se me acercó para que le explicara el asunto. No comprendía nada, todo le parecía triste: la mezcla de alegría, con el drama, con la sangre, el fracaso, el éxito, el miedo, el valor, la muerte, la eternidad de una verónica, el arte, lo humano, lo animal, lo ancestral, lo natural... todo le resultaba de un perturbador insoportable.

Le pregunté con mi inglés de Cambrils que de dónde era y me dijo que yanki. No se lo dije pero lo pensé, este tipo viene de una sociedad donde se fríe a gente en una silla eléctrica de forma completamente higienizada, civilizada, limpia y lo que le desasosiega es estar en un recinto donde se te ofrece la vida, la esencia, la muerte, la existencia sin trucos. Preferí hablarle de que de pequeño había estado en Florida en Disneyworld y qué maravilla el castillo trucho que tenían allí levantado y la ilusión que me había hecho que me firmara la gorra el ratón Mickey. Le di un vaso de sangría, unas pastas de Layana que habíamos llevado de postre para la merienda y le palmee la espalda mientras terminaba con cuatro generalidades más. Mi inglés no da para mucho.

A ver cómo le explico a este que la grandeza de lo que está sintiendo es que no es un teatro, esto no es una representación, esto es el universo sin velos y así ha funcionado siempre y así seguirá funcionando, a pesar de lo que puedas pensar tú. Por eso en este planeta tan absurdamente woke que nos están construyendo, tan inhumano, es más importante que nunca que preservemos, para seguir comprendiéndonos, espacios como los Sanfermines.

Lo que le molesta al amigo guiri, y a cientos de otros cómo él, es enfrentarse al abismo de la verdad. Y eso es todo.


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