• lunes, 28 de julio de 2025
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Opinión / A mí no me líe

No hay taxis en Pamplona

Por Javier Ancín

Las bullas que nos comemos los pobres ciudadanos que se las tendrían que llevar los hijos de fruta que mandan, me parece que en este caso, el presidente de la Mancomunidad: el que ha malgastado millones en fiscalizar cómo y cuándo tiramos la basura en el contenedor. 

Las dos únicas cosas que he buscado en las casas en las que he vivido en Pamplona son ver San Cristóbal y poder llegar andando a la plaza del Castillo en menos de quince minutos.

Desde mi mesa veo el monte. Cada vez que me siento a teclear, a falta de mar y olas, me entretengo con la hilera de árboles de la cresta, con las antenas hasta las que subo en bici y desde las que intento encontrar mi ventana, allá abajo. Por la noche, observo las luces de los coches que serpentean buscando la discreción de la oscuridad. ¿A qué sube tanta gente de madrugada? Parejas, porreros, delincuentes, sonámbulos, buscadores de ovnis, miembros del PSN extorsionándose entre ellos con grabaciones… La película que te apetezca montarte.

Arriba, de día, la vista es más bien insulsa. De noche no tengo datos, pero quizás la cosa mejore. Desde el Perdón, mirando hacia Tierra Estella, sé que en las noches tibias de verano la Vía Láctea cae sobre los amantes como sal y pimienta en los guisos. O como Petazetas. Esa luz entrando por el parabrisas ilumina de forma sobrecogedora todos los caminos, que siempre acaban conduciendo a Roma. No sé si son conscientes los jóvenes de la belleza que les han robado los gobernantes haciéndoles renunciar a los coches.

Salir de un bar a las tres de la mañana en verano —cuando había verano, y no este invierno perpetuo—, pasar por delante de la cola de gente esperando taxis en el Niza, comprar unos Chaskis, preguntarme de qué cojones se ríe cada segundo Txibite desde la lona que cubre la sede socialista del paseo de Sarasate y volver tranquilamente a casa dando un paseo es de los pocos lujos reales que puedes darte en esta ciudad.

A propósito de coches, de taxis, de poder llegar por ti mismo a los sitios, contaré un chascarrillo.

Hace unos días, volviendo cargado del súper, una pareja que esperaba agobiada en una de esas paradas, con sus maletas y trasteando frenéticamente con los móviles, me preguntó, casi abroncándome, si es que no teníamos taxis en esta ciudad. Que llevaban casi tres cuartos de hora, que no había pasado ninguno, que no les cogían el teléfono, que iban a perder el avión y que esto no podía ser, que vaya puta mierda.

Las bullas que nos comemos los pobres ciudadanos que se las tendrían que llevar los hijos de fruta que mandan, me parece que en este caso, el presidente de la Mancomunidad: el que ha malgastado millones en fiscalizar cómo y cuándo tiramos la basura en el contenedor. Les dije que no, que no hay taxis, que perdieran, como los condenados que entraban en el infierno de Dante, toda esperanza de pillar uno a esas horas. Recogí las bolsas que había dejado en el suelo y seguí el camino.

Mierda. La tipa estaba embarazada. Mierda puta. Por qué no seré un cabrón insensible y solo un cabrón a secas.

Subí a casa corriendo, pillé las llaves del coche, bajé al garaje y en tres minutos me planté en la parada, que seguía vacía.

—Yo os llevo. A ver si llegamos.

Fliparon en colores. Cargamos a lo loco y salimos zumbando hacia el aeropuerto.

Cuando te vienen mal dadas, cuando realmente necesitas ayuda, ningún presidente de la Mancomunidad desde su despacho de faraón construido malgastando dinero público, ningún alikate del partido de la ETA paranoico con sus historias medievales ni ninguna presidenta de Comunidad Foral de Servinabar va a ayudarte. Aún me paran y me multan por taxista pirata, verás, me dije, entre descojonado y con esa ira y ganas de invadir Fuenterrabía que te entran cada vez que escuchas una jota de los hermanos Anoz. ¿Cómo se dirá taxi en euskera? Ni puta idea. Y aceleré mucho por la recta donde aún sigue el solar que descombró Uxue Barkos con nuestros impuestos para un Ikea que nunca llegó. Otro exitazo del aberchandalato.

Lo conseguimos. Bien. A veces ganan los buenos.

Les despedí a lo lejos, con la manica, viejo y cansado, como el caballero despide a Indiana Jones en La última cruzada, con todo derrumbándose a su alrededor porque los malos se han llevado el grial, nuestros impuestos, más allá del sello, más allá del interés general.

Me quisieron pagar entre abrazos, felicidad y más carreras, más prisa, corre que cierran el control. Les dije, teatral, para destensar y que se quedaran tranquilos, que pusieran algún día en Madrid una vela en San Fermín de los Navarros al santo, que sin su capotico no hubiéramos llegado. Sin su capotico y la mala hostia que me hacen hacer estos gobernantes aberchándales.

Solo el pueblo salva al pueblo. Y eso es todo.

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