- miércoles, 11 de diciembre de 2024
- Actualizado 10:11
Los tiempos nos atropellan y mucho antes de lo que creemos. La vida va a una velocidad de muerte y no podemos hacer mucho más que ponernos de etiqueta, sentarnos en el salón, mirar el reloj de cadena que sacamos del bolsillo del chaleco y, como los del Titanic, esperar a que la ola reviente los cristales, inunde la estancia y nos mande a pique.
Todos empezamos la existencia con nuestro tiempo, también los jóvenes que hoy se sienten inmortales, pero no podemos mantenerle el pulso a los minutos salvo un ratito, un momento, un fogonazo -milésimas- en el que nos creemos eternos. Antes de que surque y rasgue el cielo el cohete y salga la manada de los corrales de Santo Domingo, siempre hay un iluso que piensa que puede llegar hasta el albero de la plaza de toros delante de las astas. Estoy en forma, soy ágil, voy a comerme la realidad solito y sin esfuerzo.
Incluso alguno, después, lo va pregonando. ¿En qué tramo has corrido? ¿Tramo? Entero, he corrido el encierro completo, desde la hornacina al callejón. Nadie ha corrido los 848 metros delante de los toros. Por mucho que quieras engañarnos, hasta los cabestros te han adelantado. Es decir, ese, directamente, ni ha enchufado la radio. Jamás.
Me centraré en la música. Uno, de chaval, está a la última. Domina todo lo que sale. Está pletórico, como si tuviera veinte orejas y cada una escuchara de forma independiente. El mundo me pertenece. Lo sé todo y todo lo amo o lo odio, que es otra forma de amarlo, en realidad. Nunca he soportado ni a Alejandro Sanz ni a Barricada, por decir dos antitéticos, pero los conocía, sabía de ellos, escuchaba sus canciones aunque solo fuera para reafirmarme en mi gusto y porque yo estaba dentro, en el año que tocaba, en los tiempos.
Me prometí que siempre estaría a la última y hoy confieso mi derrota. Asumirla hace años que la he asumido. Aunque me llegan artistas actuales, algo de C. Tangana, bastante de Rosalía, Miley Cyrus tiene un disco, Plastic Hearts, que me parece un prodigio portentoso -no dejo de escucharlo en el coche uno y otro viaje- solo son sombra y humo, ecos de un mundo que ya no me pertenece. Lo sé porque desde hace unos años, en estas listas que te hace Spotify de los artistas más escuchados, no conozco prácticamente a nadie. La mayoría no es que no sepa cómo cantan -sí que lo sé... puto reguetón- es que no me
suenan ni sus nombres.
Esta pasada noche, Taylor Swift, ya tiene más Grammys que Sinatra. A diferencia de mi comadre la hija de la Reyes, que se las sabe todas y tiene hace meses entradas para su concierto en el Bernabéu de la cubierta retráctil porque es joven y lozana y en edad de merecer, no sabría tararear ni una de sus canciones. Cero. Ni un nananá a modo de estribillo.
Qué viejos nos hemos hecho. Con lo jóvenes que éramos hace un suspiro, corriendo por Mercaderes de Liverpool a Frudisk, persiguiendo el último disco de Pearl Jam. ¿Cuál fue el primero que compré con mi pasta?, que pregunta Javier Aznar en su Podcast Hotel Jorge Juan. Después de pensarlo bastante y aprovechando esta columna que es mía porque nadie me lo va a preguntar nunca, os diré que me fui con 13 o14 años a Digital, en la Estafeta, dejé la bici apoyada con el pedal en el bordillo de la acera y me hice con, en cinta, el Achtung Baby de U2, el mejor disco de los 90 (hoy a lo mejor me rendiría y sí que diría el Ok Computer de Radiohead).
La última canción que Sinatra cantó en un concierto fue The best is yet to come. Tanto le gustaba, que ese es el epitafio que está en su tumba: Lo mejor está aún por llegar. Ay, Tito Frankie, yo no soy tan optimista. Y eso es todo.