El problema de los aberchándales es que no entienden Navarra. En realidad, habitar una paranoia es lo que tiene: ni Navarra ni nada. Tampoco comprenden por qué hay tantas fiestas patronales en territorio vasco que se celebran hoy, día de Santiago, patrón de España. Tampoco entienden la feria de toros de Azpeitia, que intentaron liquidar hace años y el pueblo se les sublevó. Los aberchándales, en nombre de la historia y la tradición, no tienen problema alguno en cargarse la historia y la tradición.
Se lo hemos explicado mil veces, pero no lo ven. El euskofanatismo es así de terco. Tienen su neura en la cabeza, la predican por las esquinas como si existiera y tratan de meterla a martillazos, como los niños que intentan encajar un cilindro en un triángulo.
No entienden que la vida sin matices es solo un parque temático falso; ellos solo trabajan con brocha gorda, con el manchurrón que todo lo tapa. La realidad es la que es, y tratar de asumirla les vuela la cabeza, en sentido figurado, no como lo hacían ellos, que era de forma literal.
Se sorprenden cuando descubren que Tudela se llena de banderas españolas y cánticos de «¡Viva España!» para celebrar el comienzo de sus fiestas de Santa Ana. Las burradas que hemos tenido que leer de los aberchándales en las redes sociales sobre los riberos, solo porque libremente dan la espalda a la ikurriña y abrazan como propia la bandera española, son de no creer.
Y como no lo entienden, quieren desgajar toda esa parte fundamental e histórica de Navarra para regalársela a Zaragoza, porque les estropea su fantasía de una Navarra monolítica. Es la nueva moda que tienen: decir que la mitad de Navarra no es Navarra, sino Aragón.
Y se quedan tan panchos confesando que, para ellos, Navarra no es Navarra. Su actitud destructiva recuerda al pasaje bíblico en el que dos mujeres se presentan ante el rey Salomón disputándose la maternidad de un niño vivo, ya que el hijo de una de ellas murió y fue intercambiado por el otro mientras dormían.
Cada una reclama al crío como suyo. Como no hay forma humana de saber de quién es el bebé, Salomón ordena partir al pequeño en dos para revelar la verdadera madre. La madre auténtica, horrorizada, suplica que se lo entreguen a la otra con tal de salvarlo.
Mientras tanto, la otra, la madre que mató al suyo aplastándolo con su cuerpo mientras dormía, acepta que lo partan en dos. Así son los aberchándales: prefieren una Navarra mutilada, desangrada, antes que una Navarra que también se sienta española.
Tudela, la navarra Tudela, el lugar donde vivió sus últimos años y fue enterrado en un primer momento Sancho VII el Fuerte, la segunda ciudad de la comunidad foral, no quiere ser aberchándal, quiere ser navarra y española, como las Navas de Tolosa. Y los aberchándales solo les ofrecen dos opciones: o Tutera o que los más de cien mil riberos que viven en la mitad del territorio foral sean lanzados al Ebro para que se ahoguen, porque no los consideran navarros.
Curiosa forma de proclamar su amor por el viejo reino: destruyéndolo. Y eso es todo.