Siempre son mejores las vísperas. Son el lametón que le metías a la tapa del Petit Suisse, saboreándolo, con todo el yogur aún intacto en la otra mano.
Las vísperas se celebran igual, o más, pero aún queda todo el recipiente sin tocar. La esencia ya te hace feliz pero aún no la has ido consumiendo.
En las vísperas todo está por hacer, es el territorio donde lo idílico, lo que has soñado, lo que aún estás soñando, se mezcla con la realidad, siempre imperfecta, que todavía no ha sucedido.
Esa es la razón por la que muchos consideran el mejor día del año no el de San Fermín sino el de las vísperas de San Fermín, que eso es lo que anuncia el cohete surcando la plaza del ayuntamiento de Pamplona el día 6 de julio. Hoy aún no es mañana pero ya estamos eufóricos como si lo fuera.
Por eso muchos, también, disfrutan casi más confeccionando el disfraz de Nochevieja que saliendo disfrazados en esa siempre gélida, corta e incomoda juerga de la noche primera del año.
En Sevilla, por ejemplo, cuando fuimos en mayo con Osasuna a jugar la final de Copa del Rey, lo pasamos muchísimo mejor antes, fuimos mucho más felices celebrando por las calles lo que podría pasar después, que durante el partido, que se torció lo real a los cuatro minutos de empezar con el gol del Madrid.
Un poco por todo esto, le guardo cariño al soniquete de los chavales del colegio de san Ildefonso cantando números y premios, porque el sorteo de hoy día 22 da inicio a las navidades sin serlo. Todo cambia sin que aún nos hayamos juntado a cenar en Nochebuena, que también es una víspera, sin que hayamos abierto el vino que con mimo hemos elegido y a lo mejor está picado o no tan bueno como lo recordábamos en aquel sitio del verano. ¿Por qué un mismo vino está más rico en un restaurante que
en casa? Misterio.
Para mí, el sorteo de Navidad es mi abuela Eladia, Eladia Saldise, extendiendo los decimos sobre la mesa de la cocina, subiendo el volumen de la radio, para no perderse ningún premio, mientras hacía la masa de las croquetas que nos comeríamos sus nietos la cena de Nochebuena.
Nunca tuve navidades más felices que aquellas de la infancia, que comenzaban con las vísperas de las ciento veinticinco mil pesetas, metiendo el dedo en la fuente de las croquetas cuando mi abuela no miraba porque se había acercado al transistor para escuchar el número premiado, secándose las manos con el trapo, y cotejarlo, después, con los décimos y participaciones que tenía organizados.
Nunca se es tan feliz como esperando ser feliz por eso les deseo hoy, para todos, amados lectores, una Feliz Navidad. Y eso es todo.