En pleno otoño, el pequeño municipio de Garralda ofrece una escapada perfecta para quienes buscan naturaleza, historia y buena gastronomía en el Valle de Aezkoa.
Con apenas 200 habitantes y una altitud de 848 metros, este pueblo conserva un encanto rural muy especial. Su caserío, de aspecto desigual debido a los incendios que sufrió el más devastador en 1898, cuando ardió casi todo el casco urbano, combina hoy casas rehabilitadas con mimo y una atmósfera serena, ideal para recorrer con calma.
Garralda se encuentra en el corredor que une las vertientes de los ríos Urrobi e Irati, una posición privilegiada que la convierte en punto de partida de múltiples excursiones. En otoño, sus bosques de haya y roble se tiñen de tonos ocres y dorados, creando paisajes que invitan a caminar sin prisa.
Muy cerca del núcleo urbano se encuentra la peña de Ariztokia, un mirador natural desde el que se divisa el robledal de Betelu, el valle del río Irati y, en días despejados, la silueta de los Pirineos. Se cree que el nombre de este paraje proviene de antiguas explotaciones de hierro en la zona, lo que añade un toque histórico al recorrido.
Los senderos que parten del pueblo permiten adentrarse en la naturaleza más pura. Una de las rutas más populares es la que conduce hasta el mirador de Arrigorri, un recorrido de poco más de cinco kilómetros, con un desnivel moderado, perfecto para realizar en familia.
También merece la pena el sendero circular al Mirador de Erondoa, de unos tres kilómetros y medio, ideal para disfrutar de las vistas tras una comida o al atardecer, cuando la luz resalta los colores del bosque. En cada paso, el visitante percibe el murmullo de los árboles, el aroma de la tierra húmeda y la sensación de estar en un lugar donde el tiempo avanza despacio.
El pueblo conserva, además, un valioso testimonio de su pasado rural: un único hórreo o “garaia”, singular porque incluye un horno de pan en su estructura, y un antiguo molino que ha sido reconvertido en bar, conservando parte de sus mecanismos originales como las ruedas, grúas y pescantes.
En este entorno de tranquilidad y tradición se encuentra el asador Errotaberri, uno de los referentes gastronómicos del valle. Ubicado en la calle Antonio Aróstegui, este establecimiento se levanta precisamente donde antaño funcionaba el molino, del que ha heredado su espíritu artesanal y su horno de leña.
El restaurante combina un ambiente rústico y acogedor con una cocina basada en la sencillez y la calidad del producto. Las carnes asadas son su especialidad, especialmente el cordero, el gorrín y la ternera, aunque también ofrece hamburguesas caseras y platos de inspiración americana que sorprenden a los visitantes.
El asador Errotaberri es conocido por su atención cercana y por un servicio rápido y amable, según destacan los clientes. Es recomendable reservar con antelación, sobre todo los fines de semana, ya que el local suele llenarse.
Tras la comida, nada mejor que un paseo tranquilo por el entorno del río Irati o por los caminos que rodean el pueblo, donde el sonido del agua y el crujir de las hojas crean una atmósfera perfecta para cerrar la jornada.
Visitar Garralda en otoño es una experiencia completa: rutas entre bosques dorados, panorámicas únicas desde sus miradores, historia rural bien conservada y un buen asado frente al fuego en el Errotaberri. Un plan sencillo y auténtico que resume el encanto del Pirineo navarro en esta época del año.
