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Una vida al servicio de la verdad: en recuerdo de nuestro profesor Rafael Alvira

Por Cartas al director

Texto escrito por Ignacio Salinas Casanova, antiguo alumno del Profesor Rafael Alvira y vicepresidente del Círculo de Navarra en Madrid.

El profesor Rafael Alvira. UDEP
El profesor Rafael Alvira. UDEP

Si algo aprendimos en la carrera de Filosofía es que, frente a la grandeza y responsabilidad de vivir, también está su opuesto, su irremediable limitación. En cualquier caso, a pesar de saberlo, el final de la vida nunca viene bien. Llega en el peor momento, nos sorprende y nos duele. Siempre deseamos un poco más. Que las personas que queremos y apreciamos no se vayan todavía.

El fallecimiento de Rafael Alvira ha venido mal a todos, a pesar de ser conscientes de la fragilidad de su salud después de que el coronavirus dejara mermadas sus capacidades físicas, que no las intelectuales.

Muchos podrán hablar de él mejor que yo. Lo trataron y conocieron mucho más. Sin embargo, no quiero dejar pasar este momento, como antiguo alumno, para reivindicar su figura humana e intelectual.

Volviendo la vista atrás, Rafael Alvira fue uno de los primeros profesores que tuvimos como estudiantes de Filosofía en la Universidad de Navarra. Impartía Filosofía Antigua, la primera de todas las asignaturas que conformaban la base del plan de estudios de la carrera, “Historia de la Filosofía”. Sus clases implicaban retrotraerse a la época clásica, desde los presocráticos como Tales de Mileto, Anaxímedes, Anaximandro o Empédocles, a los sofistas, Sócrates, Platón, Aristóteles, el epicureísmo y el pensamiento estoico. Su docencia hacía que pareciera que el mismísimo Sócrates o Platón estuviesen presentes en el aula.

Desde el punto de vista intelectual, de los padres de la Filosofía, además de su profunda fe cristiana, Rafael Alvira tomó casi todo, especialmente su amor por el conocimiento y respeto por la verdad. El diálogo como método filosófico era la base de sus enseñanzas, más que sesudas lecturas y complejos tratados. La conversación entre profesor y alumno, su medio de referencia para la reflexión práctica sobre la vida misma.

Después de años sin verlo, aunque sabiendo de él por amigos (discípulos suyos), nos encontramos un domingo en misa en la Iglesia San Juan de la Cruz en Madrid, ciudad en la que residía desde su jubilación en la Universidad. Al parecer vivíamos a escasos metros. Me resultó inesperado y me hizo mucha ilusión. Iba con mi hija, casi recién nacida, y lo primero que quise fue que la cogiera en brazos y nos tomaran una foto. Sabía que no podía desaprovechar esa oportunidad. Me había reencontrado con alguien excepcional, con una persona cuya vida, pienso, incluso, tiene mucho de santidad.

Retomamos el contacto, hasta ahora, y teníamos previsto vernos próximamente. Me hubiese gustado decirle que estaba pensando en la idea de un libro (una defensa de la Filosofía y el humanismo como solución a los retos de la sociedad actual), saber qué le parecía y que, si alguna vez llegaba realmente escribirlo, me encantaría que hubiera redactado el prólogo.

En un mundo con pocos referentes, él constituía uno de integridad y bonhomía; de compromiso y defensa de la moral como única forma de ser y desarrollarnos verdaderamente como personas. En nuestra época de estudiantes, junto a Alejandro Llano, también lamentablemente delicado de salud hace tiempo, y otros destacados profesores, constituían los bastiones de la docencia en Filosofía. Ya entonces, éramos conscientes de lo importante de sus figuras y del privilegio de sus clases, a pesar de que no siempre en la juventud uno sabe reconocer este tipo de cuestiones.

Con él se va una persona entregada a la labor universitaria y al pensamiento filosófico, así como alguien insustituible para todos los alumnos, que lo recordamos con cariño y admiración.

Como maestro, siempre estaremos en deuda con él. De todas maneras, seguiremos teniendo en cuenta sus enseñanzas y buscando la verdad sin atajos, desde el compromiso ético con nuestra sociedad. Siempre recordaremos y nos acompañarán el recuerdo de su coherencia, defensa de la verdad, reivindicación de la razón y pasión por la vida.

Querido Profesor, Rafa Alvira, sabemos que la vida no es eterna, sino que es limitada, aunque estemos llamados a la eternidad. A ti acaban de convocarte, estoy seguro, además, con un lugar destacado en ella.

Lo prosaico pasa y acaba por disiparse. Lo fundamental pervive. Lo que queda, en tu caso, es mucho. Una gran obra filosófica. Un número elevado de discípulos y amigos agradecidos de haberte conocido. Pero, sobre todo, queda un gran ejemplo. Una vida al servicio de la verdad. Y también de los demás.

 

Texto escrito por Ignacio Salinas Casanova, antiguo alumno del Profesor Rafael Alvira y vicepresidente del Círculo de Navarra en Madrid.

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