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Blog / El espejo de la historia

Los auténticos progresistas

Por Javier Aliaga

En pocos años, los políticos de izquierda han desnaturalizado el significado de la palabra progresista, alterando el uso y costumbre que se venía haciendo de ella desde el siglo XIX.

El pamplonés Pacual Madoz figura representativa de los progresistas liberales.
El pamplonés Pacual Madoz figura representativa de los progresistas liberales.

En un diccionario de la RAE, un tanto caduco de 1984, encuentro como primera entrada para el adjetivo progresista: «Aplícase a un partido liberal de España, que tenía por mira principal el más rápido desenvolvimiento de las libertades públicas». Al día de hoy las cosas han cambiado, la primera entrada para esa voz en el diccionario web de la RAE: «Dicho de una persona o de una colectividad: De ideas y actitudes avanzadas»; pasando a tercera posición la referencia al liberalismo. Conclusión: han convertido una referencia histórica objetiva en un matiz subjetivo e impreciso.

Comencemos por lo objetivo, en 1835 coincidiendo con la regencia de María Cristina, el liberalismo español se escindió en dos partidos: el Moderado y el Progresista. Dado que los progresistas, durante la regencia y el reinado de Isabel II, eran sistemáticamente excluidos del poder -en contra del sentir popular-, en 1854 se pronunció O’Donnell –la Vicalvarada- con el manifiesto de Manzanares, propiciando que Baldomero Espartero tomase las riendas del Consejo de Ministros durante el Bienio Progresista (1854-56). En aquella época Espartero era el militar más prestigioso, el héroe nacional que había puesto fin a la guerra civil carlista con el llamado abrazo de Vergara.

Uno de los ministros de Hacienda del bienio fue Pascual Madoz -pamplonés de nacimiento, de ahí su calle en el II Ensanche-, que llevó a cabo la mayor desamortización, superando a la de 1836, cuyo artífice había sido otro progresista, Mendizábal. Algunas de las medidas dinamizadoras que posibilitaron la expansión económica del progresismo liberal fueron: la ley de ferrocarriles, la bancaría, la de sociedades de crédito y la de minas.

Los liberales progresistas del siglo XIX además de ser fervientes defensores de las libertades públicas y económicas, eran, ante todo monárquicos. Espartero había sido virrey de Navarra  y regente del Reino de España en sustitución de María Cristina. Años más tarde la insurrección de la “La Gloriosa” de 1868 derivó en las primeras elecciones a Cortes Constitucionales por sufragio universal, que habían reclamado los progresistas y que ganaron ampliamente; en pocos meses aprobaron la Constitución de 1869, la primera democrática y monárquica.

Faltaba un rey y aquellas Cortes de tendencia progresista ratificaron la elección de Prim: Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia Víctor Manuel II, inauguraría una nueva dinastía. Se organizó una expedición que viajó para ofrecer el trono español al saboyano; Madoz se integró en ella, pero en Génova enfermó súbitamente y murió.

Abordemos ahora lo subjetivo, el cambio conceptual del término progresista proviene del tardofranquismo cuando se denominaba, de modo peyorativo, a todo desaliñado izquierdoso o sospechoso de serlo, con el apócope de progresista “progre”. Para desterrar ese sambenito, la izquierda se ha ido adueñando del término progresista convirtiéndolo en un passe-partout donde cabe lo que le venga en gana. En los medios de comunicación son numerosas las intervenciones de los que aparentan tener la llave del progresismo; véase las recientes declaraciones de Errejón: «Hay claramente sitio para una fuerza progresista no sectaria».

Sin embargo el subjetivismo más prodigioso nos lo está brindando el Partido Sanchista de Navarra (PSN) al justificar la componenda de un gobierno Chivitestein. Se da la circunstancia que del pentapartito necesario para que la aritmética sea favorable a la investidura de la cirbonera, ninguno son liberales en lo económico, ni siquiera progresistas en lo histórico.

No se entiende, por tanto, que los socios del PSN sean incorporados por arte de birlibirloque al cajón de sastre del progresismo; cuando el denominador común de todos ellos es el retroceso general de Navarra y en particular de sus infraestructuras -Canal de Navarra y Tren de Alta Velocidad-.

En el aspecto económico, en la pasada legislatura no han dejado lugar a dudas, los indicadores han evolucionado en regresión –véase Institución Futuro-. ¿Por qué el PSN los califica de progresistas? ¿Será porque son manifiestamente antiliberales, antimonárquicos, anticonstitucionalistas, antiespañoles y antinavarristas?

Al margen de cualquier tergiversación, se da la paradoja que la coalición Navarra Suma es, en todos los aspectos, más progresista que cualquiera de los socios del Chivitestein: en lo económico, en lo histórico y en la apuesta por el progreso navarro.

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